Opinión

Estos sindicatos, estos partidos, que tenemos...

Cada 1 de mayo, desde hace ya años, muchos comentaristas insisten en la necesidad de que los sindicatos -y, de paso, los partidos políticos- actualicen sus mensajes sus objetivos, sus tácticas su estrategia, su ética y su estética. O sea, todo. La verdad es que el entusiasmo por la vida sindical, que se ha mostrado a veces tan despegada de la ciudadanía, no parece haber aumentado sensiblemente ni siquiera con el relevo de caras que las dos principales centrales sindicales de clase, UGT y Comisiones Obreras, han experimentado no hace mucho.
Y sí, los sindicatos y los partidos españoles -y, en general, creo que puede afirmarse lo mismo en casi todos los países del mundo- han cometido errores de acuerdo; quizá, incluso, corruptelas y egoísmos, que les han llevado a olvidarse ocasionalmente de su `clientela`, los votantes y los afiliados. Pero lo más grave, con todo, es que ni unos ni otros han sabido adaptarse a unos tiempos que han cambiado, en la última década, mucho más que en el medio siglo anterior. Ni la robotización, ni siquiera Internet, ni la velocidad con la que desaparecen algunas modalidades de trabajo para ser sustituidas por otras impensables apenas un par de años antes, han sido constantes asumidas suficientemente por unos sindicatos y unos partidos que permanecen, en general y salvando algunas excepciones personales, bastante anclados en un pasado que ya se sabe que siempre fue mejor... sobre todo para algunos.
Los sindicatos y los partidos políticos son el arquitrabe de una democracia que debería ser moderna, continuamente perfeccionada, cada día más exigente. Pregunté a un dirigente del PP si, a la reciente convención -malhadada convención- del partido en Sevilla se había invitado a youtubbers. Casi prefiero no reproducir la respuesta, ignorante e incomprensiva. Otro dirigente de la misma formación, que es la que por cierto nos gobierna, me aseguró, cuando le expresé mi pesimismo por la marcha de las cosas en Cataluña, que, en el fondo, nada ocurría, porque "las panaderías siguen abriendo cada día". Y, ante mi inquietud sobre las razones que impulsaron a UGT y CC.OO a unirse a la huelga política` de la CUP y los CDR en Cataluña, un dirigente ugetista me replicó que "hay que estar donde la gente quiere que estemos". ¿Seguro que toda la gente quería ver a los líderes sindicales portando la pancarta de la independencia?
Esta actitud acomodaticia, perezosa ante el cambio y ante la adopción de soluciones tajantes y nuevas para los grandes problemas, es la que, me parece, está divorciando a partidos y sindicatos de esa sociedad civil que, en el fondo, a ellos no les interesa que funcione demasiado; no, al menos, demasiado al margen de las propias organizaciones sindicales y partidarias. Y así van a la zaga de las reivindicaciones de la ciudadanía, como la igualdad salarial para hombre y mujeres, que solo ahora entra en los lemas de este 1 de mayo, cuando es una cuestión que ha sido lacerante durante siglos... y que ahora ya empieza a corregirse algo -algo--.
Lamento escribir todo esto cuando ya las calles se preparan para albergar las grandes` -bueno, veremos que no tan grandes- manifestaciones en el Día del Trabajo. Un trabajo que está cambiando en sus modalidades, en sus clasificaciones, en sus afanes. Hay que empezar por variar la propia concepción del trabajo, de lo que son clases medias, de lo que constituye lo que se llamó el sector obrero. Los grandes problemas de los individuos en su relación con el mundo laboral (y, claro, con el ocio) simplemente no están recogidos en los planteamientos de quienes planifican jornadas como este Primero de Mayo, una fecha que los mayores, que hubimos de vivirla cuando salir a la calle era un riesgo prohibido por las autoridades, sabemos que hoy significa casi nada: eso es lo que han conseguido.

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