Opinión

No, Sánchez no es el único culpable

Asisto al último pleno parlamentario de esta desgraciada Legislatura, casi nonnata y ya 'finitta'. Claro sentimiento de adiós: algunos saben que no repetirán, ni como ministros, ni como presidentes de comisiones ni, quizá, como diputados. Una Señoría me dice que piensa marcharse a su casa: le han hecho mella los ataques "justificados", dice, de los medios, de su entorno. "Hemos sido irresponsables". Se lo llaman unos grupos a otros: tendremos una campaña electoral, que ya ha comenzado de hecho, consistente en lanzarse culpas unos partidos a otros por lo que está pasando. Nada constructivo, ningún propósito de la enmienda: puro tiroteo. Volvemos a empezar sin estar seguros de que unas nuevas elecciones vayan a ser la solución al desgobierno (bueno, llámelo Gobierno en funciones, si quiere) del país.
Para Pedro Sánchez, los culpables de que vayamos a repetir las elecciones son todos los demás: el PP, Ciudadanos y Podemos, que ya ha dejado de ser 'socio preferente' para los socialistas. Claro que en las últimas semanas se han dicho muchas cosas, se han contradicho, se ha girado ciento ochenta grados sobre las posiciones de ayer -mire usted lo de Albert Rivera, por ejemplo: el inesperado giro me ha hecho ganar bastantes cenas, porque ¿quién se toma en serio las promesas del líder naranja a estas alturas?-. En suma, la palabra de nuestros representantes, de la mayor parte de ellos, vale muy poco para ser tenida en cuenta de cara al futuro. No es que mientan: es que improvisan continuamente, como si jamás tuvieran un plan trazado y se dejasen mecer por la coyuntura. Y entonces, hoy dicen digo, mañana Diego y pasado dogo.
Para los demás, el culpable de que no se haya podido llegar a un acuerdo de investidura es, exclusivamente, Pedro Sánchez, a quien las encuestas favorables le han hecho poner rumbo, procurando que se notase lo menos posible, a unas nuevas elecciones, desdeñando hacer ofertas y acuerdos. Las cuartas elecciones en cuatro años menos un mes y diez días. Seguimos batiendo récords de insensatez política. Y, de paso, hemos debilitado la figura del jefe del Estado, hemos dado contento a los separatistas -"en España no saben hacer las cosas", dice, despectivo, alguien de Esquerra Republicana de Catalunya-, hemos hecho un espantoso ridículo internacional -hasta los italianos nos han dado una lección de entendimiento- y se ha distanciado aún más, si cabe, la ciudadanía de sus representantes.
Un mal negocio, en suma. Del que yo diría que culpables son todos los responsables políticos: atribuirle en exclusiva a uno u otro esa responsabilidad sería erróneo. O sectario. Llaman de radios extranjeras para preguntarnos a los periodistas quién va a perder más con las elecciones, Ciudadanos, o Podemos. Yo respondo que quien ha perdido desde ya somos todos los españoles. Hemos dejado de creer en eso que se llama, más merecidamente que nunca, más despectivamente que nunca, 'clase política'.
Nos preguntan también, a cada paso, qué va a ocurrir ahora. Si allá por febrero habrá un Gobierno estable. Quién lo sabe. Será una coalición de centro-izquierda, una gran coalición o no será. Porque imagino que no tendrán el cinismo de volvernos a hablar de una coalición, o lo que sea, entre PSOE y Unidas Podemos, cuyo líder, Pablo Iglesias, ni siquiera asistió a la última sesión plenaria de un Parlamento que casi ni se ha estrenado, que lleva cuatro años sin debate sobre el estado de la nación y que claramente no cumple con el papel que una democracia sana atribuye al Legislativo.
Que terminamos esta nueva etapa dentro de la ya muy larga crisis política que vivimos con enormes boquetes en el barco de esta democracia es algo evidente. Que hay que afrontar una era de regeneración a fondo, retocando desde la Constitución hasta la normativa electoral, pasando por no pocas leyes, instituciones y estructuras resulta también algo patente. Y que nada de esto se podrá hacer sin acuerdos transversales de largo alcance, olvidando eso de 'las derechas' y 'las izquierdas', es una verdad como un templo. Pero que en la última sesión plenaria este miércoles en la Cámara Baja, que es donde han de definirse las políticas, nadie pensaba en nada de esto era una realidad atronadora. Quizá pensaban muchos en cómo hacer pervivir la poltrona que tan poco trabajo les ha dado en los últimos meses.

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