Opinión

Pedro Sánchez está que se sale

Pedro Sánchez, la verdad, sabe manejar bien el libro en el que todos quisieran escribir: el 'Boletín Oficial del Estado'. Cada semana, o mejor casi cada día, desconcierta a propios y, sobre todo, a extraños anunciando un ingreso mínimo vital, unas ayudas al sector automovilístico, o al turístico, o la fecha del reinicio de la Liga de fútbol o la del homenaje a los muertos por el coronavirus. Cada día una sorpresa, un titular. Su estrategia de aparición constante en los medios, y también la irrupción en ellos de sus ministros, contrasta con la mínima presencia que se concede -y se concede a sí misma- la oposición.

Incluso la 'cumbre del Ibex', propiciada por una CEOE que había llegado a mostrarse muy hostil con el Gobierno, se está resolviendo en unos cautos llamamientos de los principales empresarios y banqueros del país a la unidad, pareciendo esto casi más un reproche al Partido Popular que a la acción, o inacción, gubernamental en materia de diálogo. Y, además, es Sánchez quien lanza las propuestas de pacto, cuando en realidad esas ofertas provenían antes del PP, aunque nadie lo recuerde.

En resumen: el PP tiene un déficit de comunicación y, en cambio, el Gobierno -que no el PSOE- tiene un claro superávit: todo queda supeditado a la imagen, comenzando, claro, por la transparencia y la verdad, que son enemigas lógicas del ilusionismo. En España, unas modestas caceroladas y los claxones de Vox, que, para regocijo de Sánchez, siempre apuesta por la demasía en las cada vez más lamentables sesiones de control parlamentario, son un triste reflejo de los disturbios de protesta en Francia. Y eso también juega a favor del inquilino de La Moncloa, a quien hasta el presidente de la Xunta gallega le agradece el esfuerzo que está haciendo en el combate contra el virus.

¿Qué más se puede pedir? Con Iglesias temporalmente -temporalmente, digo- amansado, con la oposición como con sordina y dividida, con Ciudadanos aproximándose, más o menos, a 'la verdad', con Esquerra desorientada sin saber hacia dónde tirar y con la UE dispuesta, en principio y salvo catástrofe en contrario, a aflojar la bolsa, Pedro Sánchez se apresta a acometer el más difícil todavía: llegar a la aprobación de unos Presupuestos que a nadie van a dejar satisfecho -la situación tampoco lo permitiría-, pero que todos tendrán que tragar en aras de las dádivas europeas.

La historia política de nuestro presidente del Gobierno, que comenzó su escalada (y sus despeños) hace seis años, coincidiendo, por cierto, con el reinado de Felipe VI, es como para llevarla a una serie de Netflix: ni Juego de Tronos, ni Borgen, ni el ala oeste de la Casa Blanca, ni nada. Yo llamaría a la serie algo así como 'el mimado de la fortuna'. Hay quien le inventa aspiraciones a presidir de Tercera República. Claro que no: ¿cuándo va a estar mejor que ahora, con lo que manda y con lo que le gusta el poder? Sánchez necesita al Rey como necesita a Pablo iglesias: para que, cada uno desde su lado, le paren los golpes, le sirvan de pararrayos.

Yo, cuando esto se aclare, quisiera escribir un libro sobre el personaje. Pero no un relato periodístico, ni un ensayo histórico: una novela. Da lo mismo: en cualquier caso, la increíble realidad de Pedro Sánchez superará con creces a la más enfebrecida ficción noveladora.

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