Opinión

Pasó el tiempo de los reproches

De la semana políticamente trepidante que hoy concluye, llena de cosas tremendas, lo más tremendo de todo ha sido, en mi opinión, una frase. La pronunciada por el ahora portavoz parlamentario de Unidas Podemos, Pablo Echenique, cuando le preguntaron por el brusco giro de su partido en temas como la valoración de la próxima fiscal general del Estado, Dolores Delgado, o del director del Centro de Investigaciones Sociológicas, el confirmado en su cargo José Félix Tezanos: "El tiempo de los reproches pasó", liquidó el tema Echenique. Borrón y cuenta nueva. Donde dije digo, digo Diego, O daga. O dogo, qué importa. La ex ministra reprobada es ahora impecable y el vate errado se ha convertido en el genio de las predicciones, abracadabra.

Resultaría errado pasar por alto como irrelevante, como una necesidad de escapatoria, una frase que resume todo un estado de cosas y anuncia el espíritu de lo que viene: una vez ocupado el poder, lo actuado anteriormente carece de valor, porque el tiempo pasado se ha ido ya y es una pérdida de tiempo recordar tomas de posición y opiniones 'antiguas', aunque la antigüedad se remonte a apenas unos meses. Ya lo dijo otrora la vicepresidenta Carmen Calvo: lo que Pedro Sánchez, antes de llegar a La Moncloa, dijo no puede compararse con lo que el presidente del Gobierno Pedro Sánchez diga ahora. No hay, por tanto, contradicción. Como si fuesen personas distintas.

Así que el "pasó el tiempo de los reproches" puede extenderse también a la justificación de por qué se celebraron las elecciones del pasado 10 de noviembre, basadas en evitar hacer lo que, sin embargo, se puso en marcha a las veinticuatro horas de la jornada electoral: un gobierno de coalición del PSOE con Unidas Podemos. La pesadilla que Sánchez dijo que quería evitarnos al 95 por ciento de los españoles, ¿recuerdan?. Pero, siguiendo con la doctrina Calvo, tan lapidariamente corroborada por Echenique, lo que dijo entonces el presidente en funciones para nada puede compararse con lo que diga (o actúe) el presidente en pleno ejercicio de sus poderes. Insisto: como si fuesen personas distintas.

Y así andamos: devaluando 'de facto' la palabra de nuestros representantes, lo que nos introduce en una situación de inseguridad política, o sea, en el umbral de la inseguridad jurídica. Y eso, un país con las quiebras jurídicas que está mostrando tener España -ni siquiera está asentada la inhabilitación o no de Torra-, donde, además, la separación de poderes no deja de ser un eslogan esgrimido pero no muy practicado y en el que, además, se adecúan las leyes a las necesidades prácticas del poder para mantenerse en él, resulta, en conjunto, muy peligroso. Puede ser un primer paso hacia el Estado fallido, y quien me haya seguido en otras ocasiones sabe que odio ser alarmista.

La urgencia que nuestros representantes tienen de recuperar la confianza de los ciudadanos -nunca tuvieron mucha, la verdad; pero creo que ahora menos que nunca- temo que no pasa precisamente por frases como la de Echenique. Ni por 'doctrinas' como la de la señora Calvo. Recuerden, y no quiero hacer comparaciones con conceptos que nada tienen que ver con esta democracia, que el dictador se defendía diciendo que 'Dios y la Historia me juzgarán' (y me absolverán, pensaba). Ya sé que esto no es una dictadura ni el señor Echenique es, válgame Dios, Franco. Pero nunca está de más recordar que las democracias son perfectibles y también degradables.
No, señor Echenique: quienes han de juzgar a sus representantes, que para eso les votamos y les pagamos, somos los ciudadanos. Y eso incluye que no me quite usted mi capacidad crítica, que no me cierre las hemerotecas para recordar lo que usted dijo ayer e incumple hoy. Incluye también, al menos, mi derecho al reproche. Faltaría más.

Te puede interesar