Opinión

"Pablo ya no podrá ser tan de izquierdas"

Cuánto 'de izquierdas' será el nuevo Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos si, con el apoyo externo de Esquerra Republicana, acaba cuajando en una investidura de Pedro Sánchez? Eso no lo sabe, a estas alturas, casi nadie, porque, como bien señaló/denunció Felipe González, el pacto entre ambas formaciones ha comenzado hablando de los nombres de quienes van a ocupar ministerios (y vicepresidencias, y supongo que otros puestos nada desdeñables) y no en torno a programas de actuación una vez que obtengan el poder. Así que las 'quinielas' de 'ministrables' sustituyen a otras ideas, más allá de la polémica suscitada tan inoportunamente por la ministra de Educación (y portavoz del Ejecutivo en funciones al mismo tiempo), Isabel Celáa, sobre la enseñanza concertada.
"Con la Iglesia hemos topado", te dicen en ámbitos socialistas a propósito de la marejada que suscitó la interpretación -errónea- de la biministra acerca de la constitucionalidad de la enseñanza religiosa. Y en los círculos podemitas subrayan la carta enviada por el otra vez eufórico Pablo Iglesias a la militancia morada, que viene a disculparse porque ahora, desde el futuro Gobierno, 'no podrá ser tan de izquierdas'. Esa es, y sólo esa, la polémica ahora; mayor pobreza, imposible.
¿Ser de izquierdas comporta abrir la compuerta a la negociación con Esquerra Republicana de Catalunya a cambio de su abstención en la investidura que se ensayará antes de Navidad? No para quien suscribe, desde luego; puede que, como dice el Gobierno (en funciones), se abra con la coalición PSOE-UP una oportunidad al diálogo con la Cataluña irredenta, o sea, con la separatista, que por lo que dicen las encuestas es cada vez menor. Y esa es una buena oportunidad.
Esa oportunidad debería abrirse también desde la derecha -cuánto siento tener que expresarme aún en estos términos, tan gastados, de las dos Españas machadianas-. Pero la derecha, atenazada absurdamente por el fantasma agrandado de Vox, anda aún preguntándose en qué nos hemos equivocado, en ver si el PP absorbe a Ciudadanos a la deriva y en distanciarse del presidente de la Xunta gallega, Alberto Núñez Feijoo, cuando, está en su derecho y en su deber, propone reconsiderar algún tipo de pacto entre los 'populares' y los socialistas para evitar un Gobierno que algunos llaman 'frentepopulista'.
Mientras Pablo Casado, un hombre con serias posibilidades de convertirse, ya veremos cuándo, en presidente del Gobierno, no se sacuda a Vox de las espaldas, las cosas en este bendito país nuestro no solo seguirán varadas, sino que aumentará el peso de la cimentación de la coalición socialista-podemita, que, no se engañe nadie, no es precisamente un 'Gobierno a la portuguesa': los vecinos tienen a Costa, que no es Sánchez, a Catarina Martins, que no es Iglesias, y no tienen a ERC echándoles el aliento por el cogote. Ni a Puigdemont tocando las narices y fomentando el enfrentamiento desde Waterloo y desde la mismísima Generalitat, vía Torra. Ni a los CDR cortando pasos fronterizos. Ni la lupa de la justicia europea sobre cada uno de sus pasos.
Veremos, cuando llegue la hora del 'programa, programa, programa', como quería Anguita, si es posible ir cerrando brechas. De momento, temo que los escarceos iniciales se van a centrar, ya digo, en las listas de los que van a ocupar ministerios y hasta presidencias de apetecibles empresas nacionales: si empiezan por un reparto del poder que recuerde a un reparto de botín, si lo primero es abrir la eterna, amarga, polémica sobre la educación, si todo queda en quién ocupará el Ministerio de Hacienda, pongamos por caso, apaga y vámonos.
De lo que no cabe duda es de que la semana que muere, la poselectoral, no ha sido buena ni para la conciliación ni para el diálogo reformista que España necesita. Cuando la izquierda, involucionada, sólo habla con la izquierda, y la involucionada derecha apenas mira a la derecha, y ni se ponen al teléfono la una con la otra, los ciudadanos que andamos desnudos de 'ismos' tenemos derecho a sentir crecer la alarma en nuestro pecho. Ah y, por cierto: confiemos en que, al menos, la portavocía del futuro Gobierno se desdoble del Ministerio de Educación, a ver si empezamos, así, a aprobar en PISA, que ni eso.

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