Opinión

Cartas Galicia - Madrid

Okupas y madres

Querido compadre Quero: 

¡Feliz día de la madre! Por la parte que te toca. Es decir, ese cariño tan maternal que exhibes, esa manera de guisar tan genuina, y los rulos con los que sales a pasear los domingos, que va siendo hora de que te marques una visita al peluquero, que he visto bosques amazónicos más ordenados. Pensaba en el agradecimiento coral a las madres, tal vez la última esperanza de la Humanidad, y no deja de sorprenderme cómo la mayoría de los problemas políticos que atraviesa España los resolvería un Gobierno formado por madres, por madres al azar. 

Lo de los okupas, por ejemplo. Imagina a esa madre que asoma el pico por el piso okupado y se encuentra todo lleno de roña, restos de comida, paredes guarras, y todo eso administrado por tipos a los que la piel se le ha confundido ya con el ceñido pantalón rosa. Iban a volar zapatillas en todas las direcciones. Y de los okupas, ni rastro. Y a limpiar, leñe, a ver qué te has creído. Que okupa y mucho rollo sí, pero está la casa manga por hombro. Que, como le dice Miguel Lago a Jordi Evolé en su monólogo: “que una ducha al día no te hace menos periodista”.

La inflación. Una madre, y solo una madre -y más aún cuanto más numerosa sea la familia-, sabe realmente lo que cuestan las cosas y lo que se han encarecido. Por eso alucinan cuando escuchan a los ministros decir que tenemos percepciones subjetivas erróneas sobre nuestro propio carrito de la compra, que no es para tanto. ¿Qué no es para tanto? El problema de esta gente es que, desde que les pusimos coche oficial, no han vuelto a poner un pie en la calle, suponiendo que antes de pisar moqueta hubieran frecuentado eso de mezclarse con el común de los mortales.

El cambio climático. No es que se opongan a las tesis ambientalistas, no es eso, pero no existe madre alguna que transija con la monserga del calentamiento global cuando llega la hora de salir de casa. Da igual que haga un calor que se caen los pájaros, que entren lenguas de fuego por las ventanas, o que en el telediario un tipo diga que vamos a morir todos por la ola de calor. Da igual. ¿Qué dice una madre, siempre? “¿No se te ocurrirá salir así, verdad? Cógete ahora mismo la rebequita por si refresca”.

La incompetencia de las ministras. Algunas, pensarás, son madres, sí, pero están muy crudas aún. Madre, madre de verdad, se hace una ya cuando los vástagos, como decía O’Rourke, “dejan de preguntarte de dónde vienen y se niegan a decirte a dónde van”. A partir de ahí se produce un largo perfeccionamiento, un mimetismo con lo genuino del ADN materno que no culmina nunca su recorrido siempre a mejor. Desde esa manera de cocinar tan singular, hasta la habilidad para estampar la zapatilla en el trasero a varios kilómetros de distancia, todo se asoma al grado sumo con el paso de los años. 

El otro día, compadre, viendo a Bolaños colarse en la fiesta de Ayuso sin invitación, me acordé de la cantidad de veces que tú y yo nos hemos sumado a cócteles de diversa consideración para hacernos con los vinos y croquetas; eso que Alfonso Ussía llamaba “el croqueta”, un tipo pintoresco que, pase lo que pase, siempre logra estar presente en la recepción a la que no fue invitado y hacerse con la fuente de las croquetas. 

Ignoro si la jefa de protocolo de la Comunidad de Madrid es madre o no, pero en todo caso se comportó como una auténtica madre. En sus ojos se leía eso de “me importa un pito si es usted ministro del Gobierno de España, hijo de un dios mitológico griego, o si es la madre que parió a Lola Flores, le digo que no pasa y pasa, porque no está invitado y en mi fiesta -como en mi casa- mando yo. Y, ahora si es tan amable, deje pasar o le saco la zapatilla”. Admiración. 

Bolaños y las canaperas

Querido compadre Itxu:

¡Qué bonito recuerdo para las madres! Felicito a todas ellas, incluidas las madres políticas, cuyo apelativo resulta injusto, dado el desprestigio del término, por muy suegras que sean. Mis respetos también para la madre del cordero, la masa madre y la madre patria. Como verás, son ciento y la madre las expresiones que incluyen la palabra madre, algunas malsonantes, que obviaré para no salirme de madre.

Pero no nos engañemos, querido compadre. Dedicamos un día al año a la madre y el resto, al desmadre. Al menos en Madrid, donde ni en su día de fiesta grande nos privamos de formar el lío padre. Aprovecho para desmentir que el PSOE pretenda cambiar el oso y el madroño por el oso y el Bolaños. Por su osadía podría parecerlo, pero no. Ni aspira a transformar su cargo, Ministro de Presidencia, por el de Ministro de Persistencia. Falso. Tampoco es cierto que en el protocolo de Ayuso hay uso de potro loco. Nada. Es todo mucho más sencillo. Y antiguo. Se trata del viejo desafío de ver quién la tiene más grande. La autoridad, me refiero.

La sorna castiza aprovecha la más mínima para darle a la guasa. Y aquí mi impresión es que el ministro ha salido peor parado. Por estos lares, Bolaños ya es tenido por musa de la famosa letra de Mecano: “No me invitó, pero yo fui. Tras la esquina, espero el momento en que no me miren, y meterme dentro… Era mi oportunidad. Unos entran, otros van saliendo. Y entre el barullo, yo me cuelo dentro. Allí me colé y en tu fiesta me planté…” etc. Las coñas sobre si es el típico que pretende pasar primero en la cola del súper con la excusa de que sólo lleva dos barras de pan son continuas. Algunos, incluso, ya piensan en recoger firmas para erigirle una estatua en Colón. Diríase que el ministro se ha colado, pero más bien en el sentido de haberse equivocado.

Coincido contigo en la similitud entre Bolaños y ese personaje que logra infiltrarse allí donde no ha sido invitado. En Madrid existe tal tribu, conocida como las canaperas. Se emplea el término femenino porque el perfil de este depredador urbano es el de señoras sexagenarias, muy bien vestidas, que acuden a la presentación de un libro o a la inauguración de una exposición con la única intención de asaltar el catering. Su labor empieza cada mañana, revisando la agenda cultural de la ciudad y seleccionando cuidadosamente en qué evento los canapés serán más numerosos y las croquetas más gordas. Yo las he visto en acción, querido Itxu, y su depurada técnica es impresionante. Se mimetizan con el entorno, escrutan las bandejas, eligen la pieza y atacan con la voracidad de Carpanta. Las más avezadas portan grandes bolsos, convenientemente forrados en su interior con una bolsa de plástico donde van depositando las viandas que sus fauces no son capaces de devorar. El arte del gorrón encuentra su máximo exponente en la figura de las canaperas que, pobrecitas, lo pasaron tan mal durante la pandemia por la ausencia de actos en los que cazar. Lo que en Biología se diría “vieron reducidas sus áreas naturales de alimentación”.

No puedo evitar cierto sentimiento de conmiseración hacia Bolaños. Al fin y al cabo, fue víctima de una estrategia errónea y de un desplante inesperado. No quiero decir que sea un santo, pero si lo fuese, sería el patrón de las canaperas, San Bolaños, el que se cuela desde el escaño. Y si acaso pusiese como excusa que se limitó a acompañar a su amiga Margarita Robles, no faltaría la sentencia de una madre: “¿y si tus amigos se tiran de un puente tú te tiras detrás?”. La respuesta: “mamá, pero…” Y la réplica: “¡ni pero ni pera!”. Ya ves, las madres también fueron pioneras del lenguaje inclusivo.

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