Opinión

Ojalá no salga

Nunca creí que iba a estar tan pendiente de una decisión de Esquerra Republicana de Catalunya. Ojalá ponga muy alto el listón de sus exigencias 'al Estado' -así lo dicen- y Pedro Sánchez, entre la espada de aceptar lo inaceptable en términos constitucionales, y la pared de tener que buscar otras soluciones, haga esto último.
Ojalá este Gobierno de coalición, que era lo que Sánchez dijo que quería evitar al convocar las elecciones del pasado día 10, no salga. Y si, al frustrarse la para mí deseable cooperación del PP y de Ciudadanos para facilitar, con condiciones, la investidura del hoy presidente en funciones, hay que ir a unas nuevas elecciones -las quintas en cuatro años y medio, a lo que hemos llegado-, pues qué remedio: caminemos alegres hacia el abismo.
Sí, nuevas elecciones antes que ese montaje extraño que pasa por tener a Pablo Iglesias como vicepresidente de mi Gobierno, a ERC echándole el aliento en el cogote a todo un partido centenario bailando el agua a una situación que el máximo dirigente de ese partido aseguró que no se produciría porque era perjudicial para la nación. Y no pocos votaron a ese partido -una cosa es la militancia y otra los votantes- pensando que la palabra de su secretario general y presidente en funciones del país valía algo.
Estamos en momentos clave para el futuro del país. Me preguntaron, tras una conferencia que di en Huesca este lunes, si España corre el riesgo de convertirse en un Estado fallido. Tuve que asentir: un Estado fallido es aquel que no puede garantizar su unidad, el respeto a las leyes y la adecuación de esas leyes a la situación actual, aquel en el que la separación de poderes no funciona correctamente, aquel que carece de seguridad jurídica y de fiabilidad en las promesas de sus gobernantes. Y no digamos ya cuando el futuro de ese Estado depende de quien quiere, desde la prisión, destruirlo. Y cuando quienes van a negociar la estabilidad de ese Estado son figuras como la señora Lastra o el señor Rufián. Repase usted la situación y dígame si nuestra España, la décima potencia del mundo, no corre ese riesgo de fallar, independientemente de cómo evolucione la economía, que ni siquiera es ahora, con toda la importancia que tiene, la cuestión primordial.
Por eso no quiero este Gobierno anunciado veinticuatro horas después de las elecciones, sin programa ni explicaciones, en un acto de 'photo opportunity' -un abrazo Sánchez-Iglesias- en el que mis compañeros no fueron siquiera autorizados a hacer preguntas. Si Casado, que tiene que mirar más bien hacia su responsabilidad ante la Historia que ante su partido, no da su brazo a torcer y si no reta de verdad a Sánchez a dar un giro de ciento ochenta grados, pues qué quiere que le diga: que casi prefiero la catástrofe de otras elecciones al caos de una Legislatura infernal y que Dios reparta suerte y nueva baraja. Total, a este paso, el llamado, ejem, 'populismo' va a crecer de cualquier modo, el sistema va a seguir desgastándose y nuestra España va a seguir su camino hacia ser una nación invertebrada. ¿De verdad no merece la pena un esfuerzo para evitar que 'eso' a lo que parecemos ya predestinados salga adelante? Ojalá no salga.

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