Opinión

Ya que nos cambian la vida, cambiémosla de verdad

Una crisis que nos cambia la vida, como esta generada por el coronavirus, exige replanteamientos a medio y largo plazo: ya que nos muda la vida, no sé si con medidas adecuadas o no, no sé si exageradas o insuficientes -no soy experto, desde luego: puede que todas las molestias sean necesarias-, ¿por qué no nos planteamos modificar de verdad nuestras existencias?

Cuando, en la mañana de este miércoles, el primer día del resto de nuestras vidas, conducía hacia mi destino en medio de un tráfico inusualmente despejado, sin niños trasladándose a los colegios, con muchos oficinistas quedándose en sus casas, me preguntaba por qué no asumimos que el teletrabajo es posible para muchos. Que no tenemos por qué convertir en rutinaria la tortura de llegar todos al tiempo a nuestras oficinas, soportando atascos de horas, colapsando las plazas de aparcamiento, contribuyendo a contaminar la ciudad y atiborrando los transportes públicos.

De la misma manera, me preguntaba, a mediodía, después de que me cancelasen una reunión de trabajo, otra cancelación más, si de veras son imprescindibles tantos almuerzos fuera de casa, si el de la 'reunionitis' no es un virus más peligroso aún que el del corona. Si podemos modificar instantáneamente hábitos seculares de saludar plantando dos besos en las mejillas de otros o entrechocando las manos de las personas a las que saludamos, ¿cómo no íbamos a ser capaces de acostumbrarnos, cuando ello sea posible, a incrementar nuestras horas de teletrabajo, a restringir viajes que pueden sustituirse por videoconferencias, a resolver las cuestiones en menos tiempo, acortando, o suprimiendo sin más, interminables reuniones innecesarias?

Quizá, ahora que ha llegado la hora de analizar todas las consecuencias de lo que nos está ocurriendo, desde las que afectan al estado de bienestar hasta a la economía, haya llegado la hora de modificar nuestros chips vitales. Hacer nuestras existencias más pausadas, más ecológicas, más humanas. Incrementar nuestros tiempos de ocio en familia y nuestra colaboración ciudadana, incluyendo una dosis más efectiva de participación y exigencia política. Y, por otra parte, creo llegado el turno de nuestros representantes de incrementar las consultas a los ciudadanos, de explicarles las cosas a fondo, de consensuar decisiones que pueden ser trascendentales para las gentes de a pie. Si se nos piden sacrificios, al menos que se nos escuche.

Estamos viendo que es posible. Si asumimos, como dicen nuestros políticos, que lo más importante es la salud y que todo lo demás, incluyendo la misma vida política, es secundario, seguramente seremos capaces de replantearnos nuestras vidas, ahora que tenemos la impresión de que ha llegado una nueva era, nueva por tantos conceptos, hasta nosotros. Cuando nos confinan, más o menos claro está, en casa, aprovechemos estos momentos para pensar: ¿y si de verdad cambiamos nuestras vidas?

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