Opinión

No, no podemos darle los cien días, señor Sánchez

Este lunes, Pedro Sánchez cumplirá un mes en La Moncloa. No se puede decir, desde luego, que no haya hecho nada en este tiempo. Ha tenido grandes aciertos, como la selección, mucho más improvisada de lo que se ha dicho, del elenco ministerial. O su bautismo de fuego en los escenarios internacionales, que siempre resultan mucho más fáciles y gratos que la mera gestión interna. Pero ha cometido, ay, errores de bulto precisamente en ese ámbito de la política nacional. El culto al ego (esas manos presidenciales...). O, claro, lo de RTVE, que es tema que llega de inmediato al ciudadano. Ha acelerado en busca de consolidar una alianza con Podemos y entregó el Gran Medio a Podemos. Sin reparar, dejando de lado otras cuestiones éticas y estéticas, en que Pablo Iglesias, ávido de parcelas de poder e imagen, es un aliado peligrosísimo.
Por eso, no podemos darle a Sánchez los cien días tradicionales de gracia a los que todo Gobierno recién llegado cree tener derecho; porque en algunas parcelas su gestión podría llegar a ser irreversible. Lo que estuvo a punto de ocurrir en RTVE, más allá de la personalidad de aquel a quien se pretendía dar la presidencia -los nombres filtrados han sido más bien víctimas de un sistema aborrecible-, hubiese sido muy grave. Como periodista, tengo serios reparos sobre el concepto que en algún sector de Podemos, desde luego el liderado por Pablo Iglesias, se tiene sobre la libertad de expresión. Y creo que esta sensación es ampliamente compartida en el sector en el que llevo trabajando desde hace ya demasiadas décadas. Este no es mi concepto de periodismo y de información.
Creo que, ahora que cumple un primer mes agitado y se mete en otro que puede serlo mucho más, Sánchez ha de tascar el freno, parar, templar e intentar mandar... con todos. De momento, con la lamentable entrega clandestina de nada menos que RTVE a quien solo ansía ser algo semejante al gran capo del antiguo e influyente Ente, para desde allí tomar otros controles, el presidente del Gobierno central solo ha dado alas a la campaña de los candidatos a presidir el Partido Popular, que era una campaña alicaída y definida por las mutuas acusaciones de fraude. Cospedal, Casado y Sáenz de Santamaría han encontrado un filón para sus críticas, olvidando, alguna de ellas, sus pasadas trapisondas e incursiones en la radio y televisión públicas.
Un fiasco ahora en su esperado encuentro con Torra sería algo desastroso para Sánchez: nadie le perdonaría que, mientras se entretiene en mostrarnos sus manos mágicas o su trote poderoso por La Moncloa, no llegue a establecer una conllevanza con el intratable president de la Generalitat. Que será eso, intratable, pero que también es el president que tenemos, qué le vamos a hacer.
Creo que Sánchez tiene que acostumbrarse a que el Poder, con mayúscula, es la facultad de servir al ciudadano, no de servirse del ciudadano. Nada de dar cargos rentables a amiguetes, ejem. Nada de citas subterráneas con el líder de Podemos en busca de pactos de supervivencia. Así, desde luego, no va a poder cumplir sus sueños, que jamás nos anticipó, de llegar hasta junio de 2020 en el palacio de la Cuesta de las Perdices. RTVE, el CIS, la Fiscalía del Estado, el CNI, tantos otros puestos clave de la nación, han de ser nombramientos consensuados, en los que participe toda la sociedad, lo que es decir, en parte, toda la clase política; sí, PP y Ciudadanos incluidos, que no solo de Podemos, ERC y PNV, aunque también de ellos, vive la ciudadanía.
No, julio no es solo mes del mundial de futbol, ya que los Juegos del Mediterráneo nos los hemos cargado a base de tratar de utilizarlos para otros fines. Julio es mes para arreglar cosas torcidas antes de las vacaciones, no para torcer aún más los temas a base de egoísmos que solo piensan en réditos electorales o en aprovechamientos inmediatos.
Apoyé la por lo demás irregular llegada al Ejecutivo de Pedro Sánchez, porque pensé que no podíamos ir más a contracorriente con lo que había. A la vista del último culebrón radiotelevisivo, me pregunto si, una vez más, me habré equivocado, que es algo que ya sé que poco puede importarle ahora a quien tan encantado está ejerciendo su dominio sobre casi todo, en ausencia, para colmo, de una oposición digna de tal nombre. Y lo peor es que no tengo sesenta y tantos días más para darle crédito ilimitado a la forma de ejercer el poder de Pedro Sánchez. Aquello de los cien días de gracia es, señor Sánchez, un concepto que ya no se lleva. Y en su caso, menos.

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