Opinión

La Moncloa bien vale una mesa (navideña)

Ya sé que no se puede atribuir a espíritu navideño alguno este afán del presidente del Gobierno en funciones de dialogar con todos en plano de teórica igualdad, quince minutos por barba a cada uno de los presidentes autonómicos. Quim Torra, el insufrible president de la Generalitat, también tuvo su ración de conversación telefónica con Sánchez, que le prometió un encuentro a solas cuando sea investido, cosa que, confió a algún otro de sus interlocutores de este martes, espera que ocurra más bien pronto que tarde. Es decir, quizá antes de fin de año, con sesión parlamentaria tal vez el día de los inocentes, si se lo permiten sus interlocutores 'catalanes'.
La Moncloa bien vale una mesa (navideña) de negociación, ha debido de pensar Sánchez. Y conste que yo creo que hablar, negociar, pactar, siempre es bueno*claro, cuando el pacto no es vasallaje, la negociación no es imposición y el diálogo no sea monólogo. A mí me parece que esta mesa de negociación, o este conjunto de mesas negociadoras con las que Sánchez quiere trazar la cuadratura del círculo, es un poco paticoja. Creo que hay mucho que hablar con los independentistas catalanes, por qué no. Lo mismo que con Bildu. Lo que no creo es que haya mucho que ceder. Y me temo que aquí hay dos lenguajes: con el que, a cuentagotas, nos hablan a los periodistas a este lado del Ebro y el que se habla con los de la otra orilla. O, al menos, tengo la impresión de que en la otra orilla entienden cosas diferentes a las que susurran por aquí.
Cuánto me gustaría equivocarme, pero no veo posibilidad alguna de llegar a un pacto estable, dentro de la norma constitucional y de la obediencia a las instituciones, con Torra. Porque lo que él representa es absolutamente lo contrario: la ruptura de la ley, la desobediencia a cuanto emane de las instituciones 'españolas', hacer el agujero más grande posible al Estado 'opresor'. Admitamos que Sánchez ve la posibilidad de, mediante sus conversaciones simultáneas, cual partido de ajedrez de campeonato mundial, con Esquerra y Junts per Cat, llegar a una 'conllevanza' de algunos años (pocos) con el secesionismo catalán; pero reconozcamos también que los mimbres con los que este cesto se hace dejan pasar todo el agua, la torrentera del independentismo. El pacto, si finalmente se llega a él, durará poco; quizá no valga ni para acumular un trienio en La Moncloa.
Y, hasta ahora, con todo, Torra va ganando, y Sánchez perdiendo. Repase usted, si no, las condiciones que el hoy presidente del Gobierno central en funciones puso en su día para iniciar un diálogo con Torra como el que se produjo ahora hace un año en Pedralbes. Torra no ha cumplido ninguna. Y encima se permite abroncar a Sánchez por sus presuntos 'incumplimientos'. Esta no es una relación equilibrada. Nada lo es. No estamos ante una crisis política, sino ante una crisis de Estado.

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