Opinión

Lo que teme (o no...) La Moncloa

La confusión mental instalada en las cabezas de algunos de nuestros políticos se traduce en mensajes discrepantes, muchas veces procedentes del mismo partido y hasta del mismo Gobierno; y ello hace que los informadores se lancen a columnas y titulares a menudo divergentes. Hay quien escribe que, por ejemplo, La Moncloa teme las elecciones anticipadas, porque vienen malos tiempos económicos. Y otros que, por el contrario, creen saber que la estrategia monclovita es, precisamente, la inversa: marear la perdiz en una negociación estéril con Podemos, haciendo imposible un acuerdo para la investidura de Sánchez y, por tanto, poder acabar con un regreso a las urnas que los socialistas creerían beneficioso para ellos.
¿Qué es lo que teme en realidad La Moncloa? Quizá unos días unas cosas y otros, otras. Nos queda una semana, solo eso, para averiguar cuál es la solución final, que pueda que no sea siquiera una solución.
Los periodistas rara vez se inventan los temas. Podemos, ocasionalmente, elegir titulares que muestran la inseguridad en las fuentes que susurran en nuestros oídos mensajes sibilinos, interesados: 'La Moncloa baraja', 'Pedro Sánchez sopesa'. La variedad cromática de mensajes lanzados desde la propia portavocía monclovita, y no hablemos ya del PSOE/Ferraz -y del PP, y de Ciudadanos, y de Podemos, pero esa es ahora otra cuestión-, propicia la ceremonia de la confusión.
Y entonces, claro, sucede que en el corazón del Estado y sus aledaños ocurren cosas trascendentales a las que la recta final de esta carrera negociadora permanece ajena: llega Torra a Madrid, lanza un mensaje de clara confrontación y rebelión, incluso contra las leyes, y no hay reacción oficial desde el Ejecutivo. Ni desde el PSOE. Ni casi desde los otros partidos, centrados en sus propios problemas internos en el caso de Ciudadanos y en insistir, desde el PP, en que las ofertas de Sánchez a Pablo Iglesias son, en realidad, un teatro que acabará en los colegios electorales.
Están ocurriendo otras potenciales catástrofes que tampoco hallan reacción oficial adecuada: la angustia de la financiación autonómica. Lo que el Brexit de Boris Johnson, si se impone, nos va a suponer a los españoles. Cómo es posible que en Italia se pongan de acuerdo los rivales en cuatro días para formar gobierno frente a los desvaríos de Salvini y aquí seguimos en la guerra partidista desde hace tres años y medio, al menos. Qué va a pasar en la Diada y jornadas subsiguientes (menuda pesadilla de calendario nos aguarda).
Si uno fuese el ocupante del principal despacho de La Moncloa, temería todo esto mucho más que a las elecciones o a la falta de ellas: ahora estamos, en términos generales, peor que en diciembre de 2015, cuando se agravó el secarral político en España. Y sospecho, aunque me gustaría creer lo contario, que ninguna de las trescientas setenta medidas ofertadas por Sánchez el pasado martes a una opinión pública que las olvidó al día siguiente y a un Podemos que no las ha tomado en consideración, van a servir para otra cosa que como cortina de humo de lo que verdaderamente se juega en esta partida de cartas: moquetas. Usted, sin duda, me entiende. Puede parecer una simplificación, pero así está el patio: simple. Simplón.

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