Opinión

La jugada acabó: hay que repartir nuevas cartas

Estamos paralizados. Me preocupa, más que tranquilizarme, la aparente galvana que exhibe, en un sin duda loable intento de echar agua al fuego, el Gobierno que encabeza Mariano Rajoy. De la misma manera que me inquieta que, a estas alturas, el PSOE de Sánchez dedique sus esfuerzos de gala a la reconciliación con el PSOE de Susana Díaz. Y, claro, me desazona que los `emergentes`, a los que, desde luego, no sitúo en un mismo plano, se sientan más motivados por ocurrencias parlamentarias y pactos para solucionar `lo suyo` en la absurda normativa electoral española que por lanzarse a la (re)construcción del Estado. Que es, nada menos, de lo que se trata: de una regeneración política en toda regla ante el desafío más formidable que está sufriendo la integridad de España desde hace casi un siglo.
Cada día me siento más incapaz de sintonizar con estas posiciones de los llamados `constitucionalistas` (suponiendo que ahí pudiésemos alinear a `este` Podemos) frente a la locura secesionista. Una locura que pretende, ahí es nada, investir president de la Generalitat a un recluso -por más excesiva que nos parezca, y a mí me lo parece, su prisión provisional--, `conseller en cap` a un procesado y `superpresident` con casi todos los poderes reales, al margen del Parlament, a un señor --¡y qué señor!-- que vive en Bruselas. Y no, no se trata, ante este panorama, de limitarse a mantener en funciones el artículo 155 de la Constitución, que de hecho ha convertido a Cataluña en una autonomía sin autonomía, mientras el secesionismo se empeña en constantes ataques a España, unos ataques que están logrando horadar seriamente el prestigio de nuestro país en el exterior, por mucho que algunos `oficialistas` pretendan negarlo.
Aparentar que todo esto es pura normalidad, como quisiera -y no logra, claro- hacer Mariano Rajoy, me parece un absurdo. Que algo se está haciendo mal, no solamente en `aquella` orilla del Ebro, parece obvio: véanse los resultados. Hay, por tanto, que cambiar de táctica, de estrategia, de objetivos y hasta de planes. Solo de este modo podremos recuperar a `la calle` en Cataluña. Y en el resto de España. Así, y por poner algún ejemplo, pienso, y no debo ser el único que lo piensa -incluso en el PP me han mostrado su contrariedad- que limitar una remodelación ministerial a un solo cambio, el de Luis de Guindos, es ahora un error, cuando lo que se exige es una ofensiva de renovación, nuevas caras y nuevos modos.
Y creo que, ante la ofensiva de los pensionistas, de los presidentes autonómicos descontentos, de la ciudadanía, en general, ansiosa de seguridades jurídicas, políticas y económicas, habría que actuar justo al contrario de lo que se está haciendo: liderando la pasión por los cambios, convocando pactos de Toledo, pactos de La Moncloa, abriendo las puertas del palacio presidencial incluso a los secesionistas -"hablando se entiende la gente", dejó dicho el Rey ahora emérito tras recibir a un representante de la Esquerra más loca--. Y, desde luego, encabezando la acción parlamentaria, más que dando la sensación de que el partido en el Gobierno se defiende contra ella. Ese pleno sobre pensiones, pedido por la oposición, debería haber sido solicitado por el grupo Popular: los pensionistas son, o eran, el principal apoyo de la formación que actualmente nos gobierna.
Y, desde luego, no debería Rajoy, a mi entender, dejar que en la calle cunda la sensación de que Ciudadanos le está `comiendo la tostada`, como parecen demostrar, nueva etapa en el Vía Crucis tras los resultados catalanes, los sondeos en Andalucía y en el resto del país. Al contrario, habría de esforzarse, aunque ya sea muy difícil, en reforzar su pacto con Ciudadanos, por mucho que tema que algún día Albert Rivera se situará en su sillón monclovita, quizá. La pelea, ya ni siquiera soterrada, en el centro derecha es lesiva para los intereses del país, que necesita estabilidad política a toda costa. Y, de paso, es lesiva para los intereses de la formación gobernante, hasta ahora la más cohesionada, nutrida y coherente de España, más allá de las corrupciones que salpican su pasado.
Dio Rajoy el golpe sobre la mesa que había que dar, inevitablemente, ante la declaración unilateral de independencia de ese Puigdemont ahora en su Waterloo. Hay seguramente que agradecerle muchos servicios prestados. Pero ya no puede seguir aferrado tan solo al mástil del 155. Tiene que haber vida más allá del 155. Ni tampoco pueden los partidos de la oposición centrarse en preparar su próximo asalto al poder, vía unas urnas que Rajoy no debería, entiendo, evitar, sino casi ya promover. Porque hay que repartir cartas nuevas. La jugada se ha agotado. Y el país, los ciudadanos, la sociedad civil, quieren participar más en la próxima mano.

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