Opinión

Un hombre que puede algún día ocupar el sillón de La Moncloa

La derecha española resolvió este sábado un problema largamente arrastrado: dar fin a una era --la de Rajoy, o sea, la de Aznar, por muy mal que ambos se llevasen, es decir, la de Fraga-- e inaugurar una nueva, la de Pablo Casado. No podrá el hasta ahora vicesecretario general del Partido Popular y diputado por Ávila liderar el partido que fundó Fraga en 1977 y refundó Aznar en 1990 como se ha hecho hasta ahora, y como quizá hubiese ocurrido si hubiese ganado las primarias y el congreso extraordinario Soraya Sáenz de Santamaría.
Casado tiene, forzosamente, que refundar este partido, que ha superado sus cuarenta años de historia en medio de escándalos, corruptelas, maniobras orquestales en la oscuridad, pero también escribiendo páginas de grandeza política. No hemos llegado hasta donde hemos llegado por casualidad: ha sido precisa una buena gestión en lo económico y una cierta prudencia política --a veces excesiva-- para que algunas cosas no se desmoronasen, y eso es algo que hay que agradecerles a Aznar, ahora odiado en su propio partido, y a Rajoy, al parecer amado por todos... en la hora de su retirada definitiva.
Recorrí fugazmente el campo de batalla del congreso y saqué la impresión de que había mucho más contento que pesimismo tras la victoria de Casado, que cada cual interpretaba, no obstante, a su manera: como un retorno a los principios de la derecha-derecha, como un puerto de abrigo para una parte del tablero ideológico y sociológico, como una solución para que no se descomponga una formación que encarna valores de equilibrio del sistema político... o como el primer paso hacia la reconquista de La Moncloa.
Sea como fuere, Pablo Casado ha entendido, creo, lo que de él se espera: que una a ese centro-derecha que algún día tendrá que gobernar en coalición con el partido de Albert Rivera --a quien Casado, por cierto, se parece no poco--, que no permita brotes ultraderechistas, que rejuvenezca a una formación algo anquilosada... y que sea el nuevo Adolfo Suárez de la situación. Esto es lo que ambiciona Casado, ser el nuevo Suárez, pretensión bendecida, por cierto, por el hijo de aquel mítico presidente del Gobierno que retornó las libertades a los españoles. Pero ya veremos: para ser el nuevo Adolfo Suárez hay que ser mucho más reformista de lo que hasta ahora se ha mostrado Pablo Casado.
En todo caso, algún día, ya no tan cercano, escribí que nunca había encontrado a un político con tantas facultades como Casado desde que perdí de vista a Suárez. Tiene el talante y la comunicación que obviamente le faltaban a Soraya Sáenz de Santamaría, la humildad que jamás adornó a Cospedal, el brío del que nunca hizo gala Rajoy, la simpatía de la que tan clamorosamente carecía Aznar, el carisma del que tan necesitado andaba Hernández Mancha y no tiene nada, nada, del estilo autoritario que definía a Fraga. O sea, y lo dice alguien que nunca ha votado al PP, puede que sea nuestro hombre. Nuestro hombre de la derecha, digo.
Y este país necesita, claro, una derecha moderna --¿es Casado moderno? Lo veremos--, reformista --¿lo es el nuevo presidente nacional del PP? Me parece que no mucho--, imaginativa -también habremos de comprobarlo--, honrada -y sí creo que Casado lo sea--. Y valiente, que no tengo la menor idea de si el nuevo líder del PP lo es, más allá de que se ha atrevido a dar este paso de concurrir a las elecciones primarias cuando algunos pretendían colgarle la mochila absurda de no sé qué master.
Me veo obligado a desearle muchos aciertos, no solo a la hora de ejercer de oposición al Gobierno del PSOE con los aditamentos que sean, sino, incluso, cuando tenga que apoyar al partido en el gobierno, cosa que espero que haga en el caso catalán, desoyendo a los `halcones` que le pedirán garrotazo y tentetieso contra todo lo que se mueva en Cataluña. Porque yo sé que uno de los primeros obstáculos que Pablo Casado, que llega precedido por su fama de persona de orden, signifique eso lo que signifique, tendrá que sortear, serán las presiones de los suyos, de los más `duros` de los suyos, que son, estén en el partido que estén, quienes siempre lo fastidian todo.

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