Opinión

No me hablen de Frente Popular

Por favor, que no digan que el gobierno que tal vez se constituya dentro de unas horas, si triunfa la investidura de Pedro Sánchez, es un nuevo Frente Popular. Escucho en estas últimas jornadas demasiadas veces la a mi entender no tan afortunada comparación, y lo escucho, por cierto, no solamente desde los escaños de Vox y desde algunas columnas especialmente alarmadas. Resucitar el 'guerracivilismo', azuzar el fantasma de las dos Españas, la de la izquierda y la derecha (decía José Calvo Sotelo que en España no hay centro), es una clara irresponsabilidad que no le cabe solamente a la derecha extrema y, a veces, a la extrema izquierda, sino que ocasionalmente afecta a todos nuestros líderes políticos.
Cierto que el Gobierno que podría constituirse mañana, con PSOE y Unidas Podemos, sería la primera coalición de fuerzas de izquierda desde que, el 15 de enero de 1936, se formó, bajo el liderazgo de Manuel Azaña, aquel Frente Popular definido como "el que abarca desde el centroizquierda a la extrema izquierda", con ocho partidos y el apoyo externo de los sindicatos y del Front d`Esquerres, básicamente integrado por Esquerra Republicana de Catalunya. Cierto también que aquello significó, cuando el republicanismo moderado de Azaña fue superado por el `largocaballerismo`, el comienzo de una `España roja`, que siempre sería, vuelvo a citar a Calvo Sotelo, mejor que una `España rota`, porque la primera, decía el líder derechista asesinado el 13 de julio de 1936, sería una fase pasajera, mientras que la segunda seguiría rota a perpetuidad.
No sé si estamos ante una posible España roja, pero sí sé que no culminarán los intentos, en los que desde luego ni Sánchez ni el PSOE participan (confío en que Iglesias y sus aliados catalanes tampoco), de facilitar una España rota. Claro que mucho dependerá de cómo Sánchez y Pablo Iglesias, que sin duda liderará las acciones de Unidas Podemos y de los miembros de este partido que, en su caso, entren en el Gobierno, entiendan que la política de España, país de constitución monárquica -no pueden olvidarlo los muy republicanos 'morados'—, debe seguir insertada en el sistema. Introduciendo, desde luego, todos los cambios que se necesitan en esta segunda transición, cuya sola mención molesta a los más conservadores, pero manteniendo al país dentro de los cauces básicos en los que ahora se mueve.
Y el sistema, nuestro sistema, es Europa. Y la nuestra es una democracia perfectible, pero no inferior a la de los mejores países de la UE. Y tenemos una economía, que no marcha, con todo, mal, que se desarrolla en el marco en el que se desarrolla, como no podría ser de otra manera. Ni España, ni Europa, ni el mundo, a pesar de gentes como Trump y ahora Boris Johnson, de los Netanyahus, los Bolsonaros y de los Salvinis, de los Putin, los iraníes y, claro, los chinos del astuto Xi Jinping, están para grandes experimentos.
Y eso fue el Frente Popular, en su precisa coyuntura, que nada tiene que ver con la actual: un experimento desafortunado, entre otras cosas porque la Monarquía de Alfonso XIII, que a mi entender no fue un buen rey, había fracasado y la República se convirtió en una solución casi de emergencia.
Frente a los experimentos, España conserva una Jefatura del Estado, encarnada en Felipe VI, que es garantía de solidez. Creo que Pedro Sánchez no cederá ni un milímetro en esto a sus posibles aliados de Gobierno (repito, si es que este jueves sale adelante un pacto de investidura que otras fuerzas, que se dicen conservadoras, podrían haber evitado): parte de sus posibilidades de mantenerse en La Moncloa dependen no solamente de que sepa manejar con mano de hierro en guante de terciopelo a sus coaligados y a los aliados de estos, señaladamente a ERC, sino también de que logre fortalecer, incluso mediante alguna reforma constitucional consensuada con el PP y Ciudadanos, y frente a sus `socios` republicanos, a la figura del actual jefe del Estado.
Nunca más que ahora, ni siquiera en los inicios de la Transición, fue más importante la figura del Rey. Un Rey que, por cierto, se gana el puesto de trabajo todos los días, que es algo bastante diferente a lo que hizo su bisabuelo. Y esa es, a mi entender, la principal de las muchas diferencias entre esta situación y aquella de 1936, al margen de que nuestros actuales militares son modélicos y aquellos no tanto y de que vivimos en una sociedad bastante más próspera que aquella: en 1936, la jefatura del Estado se hallaba muy debilitada y ese no es, y espero que así se mantenga, actualmente el caso. Y ahora, a ver qué sorpresas nos depara este jueves histórico.

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