Opinión

Forges, Arco, libertad de expresión... todo eso, ya sabe

Desperté, casi de madrugada, para enterarme de la muerte de Forges. Con él velé mis primeras armas periodísticas, allá en 'Informaciones', desde antes de la muerte de Franco. Eran tiempos de censura, que el dibujante burlaba algo mejor que el también compañero en el suplemento político del veterano diario, José María Pérez, 'Peridis'. Pero a Forges, desde luego, tampoco le quería el régimen. Como a casi ninguno de los `cartoonists` que se desempeñaban en los distintos periódicos: ellos podían ir, con la argucia del humor, algo más lejos que los asfixiados 'plumillas', severamente vigilados por los censores línea a línea, palabra a palabra. La crónica de lo que ha pasado en España en los últimos cincuenta años pertenece a estos esforzados dibujantes de humor, o de no tanto humor, que cada día se las apañaban, se las apañan, para echar un vistazo diferente a las cosas ya de por sí disparatadas que cotidianamente ocurrían, ocurren, en nuestro país.
Preparo ahora una publicación con la aportación de colegas sobre la conmemoración de las cuatro décadas de la Constitución. Tenía apuntado, claro está, llamar a Forges para pedirle su imprescindible colaboración, con la de otros que vivieron plenamente todo aquello. Algún día habrá que hacer un homenaje a todos cuantos, desde sus viñetas, ampliaron, amplían, los límites que otros se imponen en poner a la libertad de expresión.
Forges era el mejor, y así se lo reconocían todos, creo que hasta el igualmente genial Mingote, que se desempeñó siempre en periódico de la competencia. Tengo bastantes anécdotas de aquellos años en el vetusto y valiente 'Informaciones', y Antonio Fraguas, compañero del alma, compañero, estuvo en bastantes de ellas. Era un hombre bueno, comprometido hasta las cachas con los más desfavorecidos. Espero que sepa perdonarme por la traslación temporal -él estuvo trabajando hasta el último día-, pero creo que no tuvo tiempo de dibujar -hubiese sido, casi con seguridad, el tema de su viñeta de mañana- su última crítica a quienes ponen cerco a la libertad de expresión, a quienes todavía -¡todavía!- gustan de mostrar su poder censurando, coartando, a quienes piensan distinto.
Sí, estoy seguro de que a Forges no le gustó, porque aún pudo sin duda enterarse, que echaran de la feria Arco a un artista, por muy oportunista y demagoga que fuese su obra, por mucho que lo que ese artista busque sea más el flash de la instantánea notoriedad que la verdadera provocación generada por el Arte con mayúscula. Forges se reía, no sin cierta benevolencia, de todos esos burócratas que nos indican cómo debemos pensar y qué pintura debe figurar en las paredes de las galerías. En España, entiendo, no hay, contra lo que decía el título de la obra expulsada de Arco, presos políticos, no como tales, al menos. Pero nos hacen a todos presos la intransigencia de algunos políticos políticamente correctos, valga la redundancia, y la furia inquisitorial de algunos de esos que, desde cualquier orilla implacable, van tachando carteles, obligando a rotular en un determinado idioma, decidiendo qué es lo que los ciudadanos debemos ver, cómo debemos hablar y hasta pensar.
Creo que Forges, a su tierna manera, fue un crítico implacable de todos estos instalados en la rutina de pastorearnos. Me parece que su pérdida va a ser irreparable: nos hace mucha falta en estos momentos de penuria intelectual. Y, entre otras muchas cosas, esa historia de cuarenta años que preparo se va a quedar coja sin él, sin Antonio, sin ese Forges que era un poco nuestro, de todos.

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