Opinión

Al final, siempre nos quedará Arrimadas

Sábado de pasión en el Parlament catalán, culminando una semana de despropósitos que concluyeron en serios disturbios por el centro de Barcelona después de que el juez del Supremo Pablo Llarena decidiese, en la noche del viernes, enviar a prisión a otros seis líderes del `procés` independentista, entre ellos a quien el día anterior se había presentado a la investidura como candidato a president de la Generalitat de Catalunya, Jordi Turull. Con lo que ya hay trece de estos líderes en situación de prisión provisional o huidos de la Justicia fuera de España: `el procés, descabezado por un juez`, titulaban este sábado no pocos periódicos.
Una situación de plena anormalidad, subrayada por el hecho de que el por otra parte nada normal pleno del Parlament fuese seguido este sábado por televisión y desde Madrid por el president de la Generalitat en funciones, Mariano Rajoy, que es persona que probablemente jamás haya pisado la sede de esta Generalitat en la plaza de Sant Jaume: no faltaron alusiones envenenadas contra Rajoy entre quienes pronunciaban sus discursos. Y seguido también por televisión, desde su particular `exilio`, el sábado en Finlandia, por el último president que ocupó el despacho, el huido Carles Puigdemont, cuya extradición reclamó, en vano, el tribunal español.
Lo que se escuchó este sábado en el Parlament, bajo la mirada severa, enfadada, sombría, de Roger Torrent, que se ha convertido en el casi único representante de nivel del secesionismo en libertad o en el territorio, fue altamente preocupante. Sonaba a enfrentamiento irreversible entre las dos cataluñas, una que reniega de una España de la que dice que ha huido la democracia, y la otra que reniega de los `postulados antidemocráticos` del independentismo. Y, a todo esto, al Gobierno central solo se le ocurre tratar de evitar la celebración de ese pleno con admoniciones acerca de lo que podría pasar si se celebrase, como se celebró, aunque no fuese, claro, pleno de investidura: quien iba a ser investido ya se hallaba en la cárcel de Estremera, donde pasó la noche. Y ahora ¿qué?
Así que el pleno comenzó, tarde pero comenzó. Para permitir que el president del Parlament, Torrent, lanzase algo semejante a un mítin incendiario antes de dar la palabra a los grupos. Albiol, del PP, equivocándose, amenazó con dejar la sesión si esta proseguía. Y se fue. Y llegó entonces Inés Arrimadas, la cabeza del grupo Ciudadanos: en quince minutos dio una lección de política a una Cámara que no quería política, sino proclamar mensajes victimistas e indignados, como había hecho el propio presidente del Legislativo catalán. Arrimadas reveló algo que el telespectador normal no sabía: los diputados de unos y otros grupos ya ni se saludan. El odio se ha instalado también en la sede del Legislativo, en el templo de lo que debería ser la palabra.
Cataluña está, no hace falta que lo evidencie un hemiciclo lleno de banderas amarillas, rota. Hay una parte en el extranjero, otra en la cárcel, mucha gente en el exilio interior, no pocos forzándose al silencio, mientras todos rebuscan en los libros de Historia lo ocurrido en 1934. Y hay, claro, todo un país, el resto de España, contemplando boquiabierto el enorme despropósito en el que se ha convertido Cataluña. Imposible, a estas alturas y en estas condiciones, prever las últimas consecuencias de tanto error, por tantos compartido.
Si el `procés` está finiquitado, si Cataluña, en general, ha salido -está saliendo- de todo esto malparada, tampoco el Estado ha quedado ileso. El Gobierno, las instituciones, los ciudadanos corrientes y molientes, tampoco hemos resultado indemnes. Ya digo que aún es pronto para evaluar las últimas consecuencias de todo lo que viene pasando desde hace media década, un alud de piedras rodantes que se agrava de día en día. Sí, siempre nos quedará, a los que no entendemos casi nada de lo que ocurre, Inés Arrimadas como figura que hace diagnósticos contundentes: no sé si lo que ella representa podría ser la solución -seguramente no, porque es irreconciliable con la `otra` parte de los catalanes--, pero desde luego ella no es el problema. Fue la única estrella, quizá fugaz, en un sábado gris que culminaba una semana negra, muy negra.

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