Opinión

Felipe VI, resignado a lo que viene

Voy a tratar de ir un poco más allá del mero comentario, que parece casi obligatorio, del mensaje de Felipe VI en la Nochebuena. Porque ya, tras este mensaje, que usaba palabras como propias de otros años anteriores para encarar una coyuntura tan nueva como en la que estamos embarcados, estamos asomados a un futuro político que no tiene precedentes. Solamente nos queda, como figura estable -y debilitándose, temo-, la del jefe del Estado, porque tenemos un poder Judicial sometido a tensiones máximas y con su mandado vencido hace un año, un Legislativo que, simplemente, no funciona y un Ejecutivo en funciones que tampoco funciona, si no es para tratar de perpetuarse como sea. Y aquí viene, a mi juicio, lo peor: el jefe del Estado parece resignado, porque quizá no puede hacer otra cosa, a lo que viene, o esa impresión me dio al escuchar su discurso navideño.

Claro que quién podría pedir al Rey que diese, precisamente en estas fechas, un puñetazo sobre la mesa, que denunciase una situación en la que lo que se negocia es la presencia destacada en el futuro político de dos fuerzas que se han mostrado, por definición, ajenas a la actual forma del Estado y, por tanto, a la actual Constitución, que es monárquica sin resquicios. Lo que ocurre es que los acontecimientos, o quien pretende impulsarlos con nerviosismo y precipitaciones, como evitando que se caiga el tinglado que han montado, tampoco respetan estas jornadas que eran de tradición, paz, amor y todas esas cosas tan de antes, a las que el discurso del Rey pretende aferrarse citando apenas, como de pasada, temas 'coyunturales', tal que el problema de Cataluña o la inmediatez de la investidura de Pedro Sánchez.

Muchas veces he opinado que la Constitución, o sus exégetas, no pueden limitar las funciones del jefe del Estado al papel de personaje crecientemente aislado al que se dejan, supervisados, los mensajes navideños y la facultad de 'oyente' de lo que las fuerzas políticas le quieran decir en las consultas para la investidura, merced al deficiente artículo 99 de la Carta Magna. Es necesario dar más relieve a la acción del Rey, abandonando cautelas excesivas en el entorno de La Zarzuela, que no parece comprender que casi nada es ya como el año pasado y nada, absolutamente nada, como hace tres años. Que 2020 nos va a plantear retos que me parece que aún ni sospechamos -y si los sospechamos, peor-, retos que exigen comportarse de manera diferente, más resuelta, con golpes de efecto destinados a una ciudadanía que permanece como aletargada, como aburrida, ante los claros abusos de quienes se erigen en sus representantes.

Me cuesta comprender que, estando las cosas como están, el Rey no haya reclamado explícitamente un pacto de los constitucionalistas en torno no a su persona, sino a la institución moderadora que representa. Y más me cuesta aún entender que esas fuerzas constitucionalistas no se hayan agrupado ya en torno a esa institución, prefiriendo ponerse en manos de quienes precisamente la rechazan de manera explícita, desde luego con pleno derecho y legitimidad, pero de manera peligrosa para la supervivencia de la nación tal y como ahora la conocemos. Pero, claro, cuando vemos que el portavoz de uno de esos partidos de los que hoy depende el futuro del Estado, nada menos, se permite comparar el mensaje real en Navidad con un discurso de Vox, hay que empezar a pensar en que no se está construyendo de manera coherente el porvenir, nuestro porvenir.

Ahora, veremos lo que viene. Si la investidura es dentro de dos semanas, tres, o cuando quien de veras manda ahora en este país, desde la prisión, en la que vaticino que no estará mucho más tiempo, decida. Veremos cuál es el programa del futuro Gobierno y quién lo integra y en qué puestos. Lo que me temo que no veremos es una agrupación, aunque sea temporal, una UTE política, de las fuerzas que desean que España siga siendo un estado moderno, unido, democrático y que siga llamándose Reino. Y quien encarna esa palabra, Reino, que es, a mi juicio, el mejor rey que ha tenido la Historia de nuestro país, ya digo: como resignado ante lo que podría llegar. Que a saber qué diablos es.

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