Opinión

España, capital... ¿Madrid? ¿Seguro?

Con 2020 y esto del 'fin de la generación del 78' ha entrado en el país un huracanado, furioso, viento de innovación que hace que todo se ponga en cuestión. Hasta la capitalidad. 'España, capital...' Madrid, dicen los manuales; pues claro. Ya no lo tengo tan claro, desde que Manuel Valls propuso, sin que se le haya hecho mucho caso hasta ahora, pero ya veremos, compartir entre Madrid y Barcelona la capitalidad de la nación. Al cincuenta por ciento en cuanto a edificios oficiales, ministerios, etcétera. Puede que en esto también acabemos viendo cambios. Y puede que en este terreno, al menos en este, no fuese del todo para mal. Porque todo lo demás, me parece, bien, lo que se dice bien, no va.

De momento, Madrid y Barcelona ya comparten protagonismo en los titulares. Este sábado, al menos, el Gobierno conservador de Madrid se enfrentó al Gobierno socialista-podemita de la nación a cuenta del trato oficial al régimen venezolano. Y a saber qué pasará en la jefatura del Govern catalán, ubicada en la barcelonesa plaza de Sant Jaume, donde el lío es mayúsculo: se barrunta tensión con el Parlament, en el Parc de la Ciutadella. ¿Irá finalmente el jefe del Ejecutivo central a Barcelona para entrevistarse con el quién sabe si del todo inhabilitado Quim Torra dentro de diez días?

Los españoles, ya lo decía Bismarck, aprovechamos cualquier oportunidad para tirarnos los trastos a la cabeza, se supone que buscando destruirnos. Si ayer fue el pin parental, hoy es la llegada del venezolano Guaidó y quién le recibe, y si Ábalos subió al avión de la vicepresidenta venezolana o no subió -menudo carajal se ha armado el ministro de Fomento y 'número tres' del PSOE; con lo fácil que era explicar las cosas tal y como han sido-. O sea, que del deseable consenso en materias como la educación y la política exterior, nada de nada. Madrid se erige, desde sus gobernantes del PP-Ciudadanos, alojados en Cibeles y la Puerta del Sol, en contrapoder de La Moncloa, situada en la cuesta de las Perdices, a tres kilómetros de Sol. Y en Fitur, en el pabellón de Euskadi, no se deja pasar a Rocío Monasterio, de Vox, al grito de "¡Esto es Euskadi!"

No sé, puede que me llame usted exagerado, pero todo esto me parece, ya que no alarmante, sí, al menos, sintomático. Un follón. No sé si el titular de Fomento explicará de una vez qué pasó en el dichoso avión que hacía escala en Madrid y del que no podía bajar la vetada vicepresidenta venezolana; pero a mí, al menos, me parece lógico que alguien como Abalos suba al aparato para intentar convencer a doña Delcy Rodríguez de que no montara una escandalera por no poder pisar suelo aeroportuario español. Lo malo fue que el señor Ábalos mintió. Y me parece lógico, y hasta positivo, que Pedro Sánchez vaya a ver, entre otros presidentes autonómicos, a Torra. Lo increíble del caso es que no sabemos, a estas alturas, si el mentado Torra aún es president de la Generalitat: él dice que sí, el Supremo dice que no. Y, por supuesto, el `otro Sánchez`, no sé si el Sánchez Jekyll o el Hyde, nos había dicho que, de hablar con Torra, ni hablar.

Vamos, haces una película con todo esto y te dan un Goya seguro; 'la casa de los líos' se queda en mera escena de sofá en comparación. Claro que, cuando lea usted esto, ya sabrá si Almodóvar ha ganado a Amenábar en estatuillas del genial sordo. Pero es más que probable que ni sepa si Barcelona acogerá a Sánchez -he apostado que no irá, pero uno pierde muchas apuestas con este Sánchez- ni se haya resuelto la pugna entre Sant Jaume y la Ciudadela ni la de la Puerta del Sol y Moncloa. Que esa, cuando se toca la política exterior, es melodía que desafina: a ver qué hace la ilustre desconocida doña Arancha González Laya, nueva jefa de la diplomacia, para poner un poco de orden, en la casa: ¿se cargará, por ejemplo, la 'España global' que sustituyó a la 'marca España' y que tanto disgustaba en la Generalitat, en Waterloo y puede que hasta en Perpignan, donde acabará residiendo Puigdemont?

Ya digo: menudo lío. En su momento me pareció una chifladura, pero ahora empiezo a ver el sentido de aquel anhelo que un día me dijo haber albergado Adolfo Suárez: unificar España y Portugal y poner la capital en Lisboa. Claro que aquellas eran ensoñaciones de la 'generación del 78'. Las de 2020 puede que sean otras, seguro que son otras.

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