Opinión

El discurso navideño más difícil del Rey

Ignoro si, cuando usted lea estas líneas, el Rey Felipe VI habrá grabado ya su tradicional mensaje de Nochebuena a los españoles. Millones de nosotros esperamos conocer qué es lo que el jefe del Estado tiene que comunicar a la nación en los momentos más difíciles, ambiguos y, si se me permite, peligrosos, que atraviesa desde el inicio de la Transición. ¿Investidura antes del 6 de enero, día de los Reyes Magos y de la Pascua militar, cuando se produce el otro discurso real, esta vez ante los uniformados de todos los cuerpos y armas? El monarca tiene su papeleta más complicada en estos días: sancionar que un partido, que prometió lealtad a la Constitución monárquica, llegue a gobernar gracias a otras dos formaciones que han hecho del advenimiento de la República una de sus señas de identidad. En el caso de Esquerra Republicana de Catalunya, la cosa va, claro está, más lejos, hacia la República Independiente de Catalunya. El propio Oriol Junqueras lo admite desde su prisión.

Lo que escuchemos, pues, este martes en la apacible velada navideña de nuestros hogares será revelador. No puede el Rey enfrentarse a unos hechos políticos, por más que estos hechos tengan altamente preocupada a, me parece, una abrumadora mayoría de los ciudadanos. Creo que tampoco puede dejar pasar la ocasión de advertir, por muy sutilmente que sea, de los riesgos que pueden derivarse del hecho de que una fuerza independentista como ERC tenga el control del futuro de un Estado en el que no cree y al que promete, sin disimulos, combatir. Es un momento delicadísimo de la nación, que no puede despacharse, me imagino, con uno de esos mensajes cautos -más allá de lo prudente-, ambiguos y descomprometidos que han venido, qué remedio, marcando la historia de estas intervenciones reales en los últimos años, desde que Juan Carlos I, ya en retirada anímica, instó a las fuerzas políticas a regenerarse.

Poco importa ahora lo que vayan a decir la Historia y los acontecimientos futuros de esta Legislatura que se iniciará en enero si no ocurren imprevistos -siempre los hay en esta loca política española-, acerca de lo que haya hecho Pedro Sánchez. O acerca, atención, de lo que vayan a decir dos mujeres, Consuelo Castro y Rosa Seoane, en las que descansa la máxima responsabilidad y el peso de dirimir causas de lo penal, en la Abogacía del Estado; ambas proclamarán, cuando se trate de airear alguna frase positiva para los beneficios penitenciarios y políticos de Oriol Junqueras, el hombre que desde la cárcel y las sombras dirige el Estado, que son servidoras precisamente de ese Estado. Y no, argumentarán, del Gobierno, que a veces ya no sé muy bien si está al servicio de ese Estado o de otros intereses más particulares.

Si miramos hacia atrás apenas un par de años, habrá que convenir que ya hemos llegado a un punto en el que a España ya no la reconoce ni la madre que la parió, como dijo un día, en bien distintas coyunturas, Alfonso Guerra. Sí, ya lo afirma hasta el eurodiputado, casi ex fugado, Puigdemont, mostrando satisfecho su credencial en el Parlamento europeo: "se cierra un ciclo". Entramos en unos días de negociaciones menos transparentes aún de lo habitual en busca de una investidura. Y el Rey, ese buen Rey al que ya ni sé qué le depara el futuro -como a todos nosotros- teniendo que improvisar un discurso en medio de las tinieblas, su discurso quizá más difícil, acaso el que haya preparado -él, concienzudo- en medio de la mayor amargura.

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