Opinión

El día en el que ardieron los teléfonos

Sé perfectamente que mucho de lo que aquí voy a decir puede quedar desmentido y superado --ojalá-- por los acontecimientos en este fin de semana que probablemente es el más tenso políticamente que recuerda la última década. El fin de semana en el que los teléfonos ardieron; quizá así serán recordados, quién sabe, este sábado y este domingo de negociaciones precipitadas y asustadas.
Lo que sí me atrevo a decir en esta hora es que, ante el debate de investidura que comienza el lunes, difícilmente las cosas van a poder quedarse así, como las ha querido diseñar Pablo Iglesias: una vicepresidencia, cinco ministerios* Iglesias, que, por cierto, retirándose, se ha erigido en el ganador de este cuarto de hora en su indudable duelo personal con Pedro Sánchez, paradójicamente el verdadero perdedor en el ring, pese a haber sacado de él a su rival. Porque menudo lío tiene ahora Sánchez: se ha comprometido a un Gobierno de coalición con Podemos sin Iglesias y ahora, si no sabe salir del atolladero, tendría que cumplir. ¿O no?
Lo de dar un paso a un lado es algo ya visto en Pablo Iglesias; bueno, en realidad en el líder de Podemos lo hemos visto ya casi todo, incluso el querer situar en el trono que él no puede ocupar a su sucesora, acelerando la 'operación delfinato'. Lo que no entiendo demasiado bien es cómo, si Sánchez casi definió a nuestro Ceaucescu nacional como escasamente demócrata, infiel, inclinado a apoyar al secesionismo más allá de lo razonable y otras lindezas más que sugeridas en las comparecencias presidenciales ante los medios esta semana, cambiaría al uno por la otra. Al fin y al cabo, Elena Petrescu iba a resultar tan nefasta para el pueblo rumano como su marido Nicolae.
Yo sé, todos saben, que al presidente del Gobierno en funciones y aspirante a seguir consolidado en La Moncloa desde la semana próxima no le gustan estos manejos de Iglesias. Le irrita, y no me extraña, su estilo. Le sacan de quicios sus maniobras, incluyendo, desde luego, esa consulta a las bases que ya ha quedado, con la 'dimisión' (¿de qué?) del líder morado, olvidada como lo que era: algo irrelevante. Alguien, a quien yo considero quizá próximo al presidente, me dijo esta semana: "Pablo (iglesias) se tiene que marchar de la política española". Lo que yo creo es que, con lo que hizo este viernes a las seis de la tarde, 'si el obstáculo soy yo, me aparto`, para colocar, eso sí, a sus más próximos en el Consejo de Ministros, Iglesias, más que irse, se quiere quedar en el mejor sitio para él: mandando entre bambalinas y desgastando al `jefe`, que es algo que se le da bien.
Creo que Sánchez está recibiendo ya no pocos recados del disgusto que generaría una decisión precipitada en cuanto a un Gobierno de coalición indeseable para casi todos, incluyéndole a él mismo, aunque no para Podemos, Esquerra, Junts per Catalunya y Bildu. A ver, Tezanos, me gustaría saber si los españoles piensan que eso, esa investidura, es lo que votamos hace dos meses.
¿Y la derecha? Encantada y cegada por haber llegado a un acuerdo en Murcia, que piensa que es casi haberlo logrado también en Madrid, y frotándose las manos por el desprestigio que la izquierda montaraz de una tal Raquel Romero, en su cuarto de hora de `prota`, está adquiriendo en Rioja. Pero me parece que los líderes de la derecha moderada también están recibiendo mensajes. No haber facilitado la gobernación en solitario de Pedro Sánchez, a cambio, entre otras cosas posibles, de programa-programa-programa, puede devenir en un error histórico, que tendremos, supongo, que lamentar a posteriori. O sea, como siempre. Y sí, ya sé que Pablo Casado se frota las manos ante el Ejecutivo socio-podemita que parece que nos viene, pensando que pronto fracasará. Pero ¿y nosotros, los sufridos ciudadanos? ¿Qué haremos entretanto?
Si Sánchez no lo remedia a última hora, quizá ya solo nos quede hacer recuento de cuántos ministerios coaligados, y de qué peso, recaerán en Elena Petrescu y sus adláteres. Ese Gobierno, al que no me resigno, sería el resultado de la etapa de negociación -llamémosla así_más descarada, inmoral y vergonzosa a la que yo he tenido que asistir en mi ya larga vida de comentarista político. Ahora, esa negociación, en su recta finalísima, ha de culminar en las próximas 48 horas, según nos sugirió este sábado la 'negociadora' socialista Adriana Lastra.
Sí, váyase, señor Iglesias, pero de verdad. Ni siquiera Ceaucescu se atrevió a colocar a Elena como sucesora: se limitó a nombrarla viceprimera ministra, y a ella eso, se decía en los censurados mentideros de Bucarest, le parecía poco. La cosa, claro, tenía que acabar mal. Y lo digo de veras: yo no quiero que esto acabe mal. Ni para Petrescu ni para su marido. Es solo que, precisamente para que esto no acabe mal, ni al uno ni a la otra los quiero en el Consejo de Ministros de mi país, y ya sé que hasta decirlo así me podría costar caro en un Bucarest aquí reproducido.

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