Opinión

La democracia es que los teléfonos funcionen

En democracia, lo más importante es que el país funcione. Este funcionamiento, en bien de los ciudadanos, es la garantía más sólida de que una nación marcha: que los teléfonos públicos tengan a alguien al otro lado que responda y ofrezca soluciones, que la atención sanitaria carezca de fisuras, que los trenes y los aviones lleguen a su hora y, en general, que quienes gobiernan se hagan acreedores a la confianza de los gobernados. Estas exigencias mínimas, cuyo cumplimiento es necesario siempre, en tiempos de crisis nacional son sencillamente imprescindibles. Y, salvando lo de la puntualidad de los trenes, no estoy del todo seguro de que los otros requisitos para un razonable funcionamiento del país se estén dando de manera suficiente y satisfactoria en estos momentos.
M e atrevería a decir que es urgente conservar la sensación de que España sigue siendo una democracia. Pese, desde luego, a la declaración del estado de alarma, o quizá gracias a ella. Que, hasta que esta declaración se hizo pública este viernes por el presidente del Gobierno, la única medida verdaderamente trascendente, más allá de las ayudas puntuales a los sectores más afectados por la gran depresión que nos viene, haya sido decretar el cierre del Parlamento durante -al menos- dos semanas, resulta bien indicativo de que no me falta razón para estar inquieto por el mantenimiento del sistema. Todo indica, eso sí, que la absurda medida de cerrar a cal y canto las Cortes se va a revertir, tal y como pareció indicarlo Pedro Sánchez en su última alocución. ¿Se han dado cuenta del enorme patinazo?
Las crisis son una oportunidad para mejorar las cosas, no un pretexto para eliminar todo aquello que nos molesta. Y, en estas circunstancias casi extremas en las que estamos viviendo, lo que menos podemos perder es la libertad de expresión, de discusión, de pacto. La Política con mayúscula, que nada tiene que ver con las operaciones de imagen ni con los subterfugios. Ni con los parches.
A los ciudadanos, a la sociedad civil, que ahora vive perpleja ante lo que nos está sucediendo, no pueden bastarle mensajes por plasma, declaraciones altisonantes, requerimientos para que tomen conciencia individual de sus deberes cívicos ante la plaga que nos devasta. Afortunadamente, España no es China, donde se puede enclaustrar a cincuenta millones de personas casi `manu militari`. La nuestra es una sociedad libre, en la que las gentes han de actuar por convicciones, fiándose de que lo que les dicen sus gobernantes es sincero, razonable, bien intencionado, bien fundamentado y, por tanto, eficaz.
Y mal empezamos si, contra lo que dicen las propagandas oficiales, los teléfonos de atención al ciudadano angustiado no te responden en los momentos de mayor zozobra, cuando no sabes si esos síntomas que te descubres son o no un espejismo. Un buen funcionamiento de los teléfonos, por nimio que parezca, puede ser un buen diagnóstico de hasta qué punto quienes nos representan son capaces de cambiar de mentalidad y anteponen, al fin, el bienestar de todos y cada de los españoles a ese concepto, que tantas veces enmascara egoísmos, que es la colectividad. Algo mucho más útil que una mera declaración -no sé si consensuada suficientemente con la oposición- del estado de alarma, de emergencia o de sitio.
Son muchos los motivos para criticar el funcionamiento hasta ahora de los gobiernos, lo mismo que el de la OMS o hasta del Banco Central Europeo. O de las oposiciones. O, incluso, de los medios y de las instituciones. Pero no conviene disparar ahora al piloto. Lo esencial es que las cosas, empezando por los teléfonos y siguiendo por la verdad oficial, funcionen correctamente y que podamos, cuanto antes, salir de esta pestilente espiral, porque mucho más tiempo no podremos aguantar así. Puede que ni siquiera los quince días previstos en el estado de alarma. Ya lo decía Einstein: si queremos cambiar, obviamente no podemos seguir haciendo lo mismo. Y, hasta ahora, y no me refiero solamente a la actuación gubernamental o a la falta de ella, distinto, lo que se dice distinto, no hemos hecho nada. Bueno, sí, cerrar el Parlamento. Y ahora, la alarma, que a ver en qué se traduce.

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