Opinión

¿Y si la cosa se arreglase, y encima de la mano de Sánchez?

Este mes de mayo marcará nuestro futuro para mucho tiempo. No solamente porque determinará qué pactos se harán --o no-- para formar un Gobierno y sabremos hacia dónde pretende orientarse ese Gobierno; es que los próximos días marcarán una forma de proceder, un talante que debería recomponer consensos morales que hasta ahora parecían perdidos de manera irremisible. Algunos hemos escrito, y dicho, que Pedro Sánchez tiene ahora la posibilidad de arreglar o destrozar definitivamente las mejores esencias del país. Una responsabilidad que también atañe, desde luego, a los partidos de la oposición. Y todo eso debe ocurrir, en medio de la nueva refriega electoral, en mayo.
Tengo la impresión de que el hombre que volverá a ser presidente ha entendido el mensaje: los españoles están hartos del griterío (y del voxerío), de las descalificaciones, de las ocurrencias, del humo y de las bravatas. Su primera medida me ha parecido acertada: convocar a La Moncloa, uno a uno, a los líderes de los partidos democráticos para, con ellos, empezar a diseñar el futuro. Era un paso obligado, confío que una mano tendida, que los otros partidos tendrían que recoger, aunque no estoy tan seguro de que todos ellos hayan entendido cabalmente lo que las urnas han dicho; caben, desde luego, muchas interpretaciones, bastantes de ellas forzosamente erróneas. Y la peor, a mi entender, sería pensar que ahora hay que cerrar filas.
A Sánchez supongo que le cabe ejercer la generosidad y la flexibilidad. Acabaron las épocas en las que los sueldos sustanciosos de las empresas públicas se repartían entre los amigotes, se acabó el pretender copar `para los nuestros` las presidencias de Congreso y Senado, de las instituciones, de los medios de comunicación públicos, de los servicios de inteligencia: gobernar con todos y para todos no puede ser una mera proclama obligada para el vencedor, que inmediatamente suele olvidar esos anunciados buenos propósitos ecuménicos.
A la oposición, a las oposiciones, les toca revisar planteamientos. Pablo Iglesias no puede actuar como en 2016, cuando la crisis política estalló en toda su virulencia, exigiendo para sí y para sus incondicionales carteras ministeriales, televisiones y prebendas. Albert Rivera no puede actuar bajo el impulso de sus simpatías o antipatías personales, ni descalificando `a priori` "porque hay que echarle" a alguien ungido con la fuerza de siete millones y medio de votos. En cuanto a Pablo Casado...
El Partido Popular sigue siendo sustancial para el equilibrio político en España. Apartarse de ese punto de equilibrio es lo que, a mi entender, ha provocado el desastre en la formación creada por Fraga, refundada por Aznar y orientada hacia el declive por Rajoy. Casado ha jugado sus bazas de manera equivocada: no será llamando "felón" al presidente del Gobierno, oponiéndose a todo, en todo y todo el tiempo como se mantendrá de líder de la oposición, cosa que entiendo que sigue mereciendo. Debería escuchar el llamamiento del presidente de la patronal, que es otro recién llegado, con fuerza y ganas, al cargo, permitir que su apoyo --absteniéndose-- facilite la investidura de Sánchez sin hipotecas a los `socios de la moción de censura` e instalarse en la crítica a cuanto la merezca --y son muchas las cosas de Sánchez que la merecen-- y en la cooperación a cuantos planes regeneracionistas puedan alumbrarse entre todos.
La fuerza de los más insensatos planes de los secesionistas catalanes se ha basado en las divisiones de los constitucionalistas en todo lo fundamental, incluyendo la integridad nacional, las desigualdades territoriales, la educación y hasta la política exterior. Es preciso reforzar, actuando de manera radicalmente nueva, ese bloque constitucionalista y poner a todo el país a avanzar en una misma dirección. ¿Será capaz Pedro Sánchez, en sus próximos contactos con los otros líderes políticos --excluyendo, parece, a Vox, lo cual es algo que no acabo de entender--, de enderezar el rumbo del barco nacional hacia proyectos constructivos de futuro? Nunca he confiado demasiado en Sánchez, y tengo siete millones y medio de razones para pensar que quizá me haya equivocado. Creo que debemos --por otro lado, qué remedio-- concederle cien días de gracia. O doscientos, si preciso fuere. La cuenta atrás ya ha comenzado, precisamente este mes de mayo. Sánchez, no nos falles... más.

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