Opinión

Casado: cuando rectificar es de sabios

Políticos y periodistas solemos creer tener siempre razón cuando analizamos la coyuntura, la estrategia y las tácticas que es preciso emplear para superar los malos momentos y para afrontar los buenos. Lo que ocurre es que no siempre coinciden la visión periodística, habitualmente —no siempre, me temo— más alejada de intereses partidistas y sectoriales, con las reflexiones que hacen los líderes políticos, entre los que la autocrítica no es virtud demasiado arraigada. Luego vienen los resultados electorales y nos quitan la razón a los unos o a los otros. Por eso, y porque personalmente he criticado mucho la deriva de Pablo Casado durante la pasada campaña, me parece justo elogiar el viraje del presidente del Partido Popular ante la nueva campaña que empieza este viernes. Rectificar, dicen, es de sabios: creo que Casado, a quien considero poseedor de no pocas virtudes políticas, aunque quizá no sea del todo un sabio, ha iniciado una rectificación en lo formal que quizá aún no afecta, y pienso que debería, a lo sustancial.
Me atrevo a decir, en primer lugar, que Pablo Casado ha salido reforzado como jefe de la oposición —para lo que valga este título— no porque haya conseguido más escaños que Ciudadanos y Vox, sino por su trayectoria poselectoral. Realista, ha meditado sobre lo que se hizo mal, que fue mucho, ha cambiado su equipo de campaña —Gamarra y García Tejerina me parecen dos mujeres sensatas y alejadas de estridencias y protagonismos excesivos— y ha dejado que el jefe del Gobierno, un punto demasiado crecido en mi opinión, le tienda una mano. Que, contra lo que piensan los más exaltados `populares`, ahora es algo que le conviene a Casado, más que perjudicarle. Ya hay otros que, equivocándose, creo, tratan de protagonizar una oposición maximalista, vociferante, generando una oposición imposible. Porque no hay tres partidos de centro-derecha que formen un frente común de oposición: Vox es de derecha extrema y Ciudadanos era, hasta recientemente, percibido como un partido moderado, de tintes liberales y socialdemócratas que, no entiendo por qué, Rivera se empeña en desdibujar.
Ahora, a Casado le falta completar el giro: permitir, con la abstención en la sesión de investidura, que Sánchez gobierne solo, sin ataduras con Podemos ni con Esquerra Republicana. Y convertirse en el principal vigía, desde el Parlamento, de las ocurrencias, soberbias y egoísmos que puedan propiciar el inquilino de La Moncloa y su equipo. Pero se trata de hacerlo de manera constructiva, sabiendo que España necesita un bloque fuerte de escaños —de 'las derechas' y 'las izquierdas' moderadas— que frenen las demasías separatistas, el faraonismo político de Podemos y, claro, los excesos y carencias que Vox evidencia a cada paso. Es decir, si Rivera quiere quitar al PP la hegemonía de la derecha, Casado puede suplantar a Ciudadanos en el papel del centro, que es donde se va a jugar la partida.
Tengo mucho respeto personal tanto por Casado como por el propio Rivera (últimamente, mi aprecio por Pedro Sánchez también se ha incrementado, a la vista de cómo está gestionando el resultado de las elecciones). Pero debo reconocer que el apresuramiento, las distracciones de lo fundamental y un cierto despiste que patentiza últimamente el líder de Ciudadanos me tienen algo desorientado. Curiosamente, y tras el batacazo del pasado 28 de abril, Casado acierta cuando rectifica. Y es que del fracaso se aprende, y del éxito, sobre todo cuando es un éxito que se refleja más en las encuestas que en las urnas, uno se puede morir.

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