Opinión

La capacidad de Batet se pone a prueba desde hoy

Un comentario mayoritario entre los periodistas y entre muchos diputados, veteranos y novatos, en la jornada inaugural de la Legislatura: hay que cambiar las leyes, las normas, los reglamentos, para que nunca puedan repetirse situaciones como la que estamos viviendo. Y es que la sesión que este martes inauguró la próxima andadura política fue de todo menos convencional: así, Oriol Junqueras, sin duda el recluso más famoso de España, acaparó todas las miradas y todas las atenciones, mientras diputados recién incorporados se hacían 'selfies' entre ellos y con algunos periodistas famosos que por allí pululaban, y Vox 'okupaba' a primerísima hora los escaños tradicionales de los socialistas. No, no era un circo, como lo fue el inicio de la anterior Legislatura; pero a algunos que llevamos años recorriendo los pasillos de la Cámara Baja nos quedó la sensación que es preciso introducir una mayor formalidad, seriedad, modernidad y eficacia en los ritos parlamentarios.
Ana Pastor, que este martes se despedía de la presidencia del Congreso, ha ejercido el cargo con dignidad y con casi unánime reconocimiento. No ha sido ella, desde luego, la culpable de la atonía parlamentaria generada por la falta de visión de Estado de los partidos, sean el gobernante o los de la oposición. El caso es que el Legislativo lleva años en plena atonía, dominado por discursos de sal gorda, ofensivos, con vacaciones desmesuradas, contra lo que debería ser la idea de un Parlamento vivo y, aún más importante, constructivo.
Se inauguró, así, este martes la 'era Meritxell Batet', que de ninguna manera podría continuar el estancamiento impuesto por la minoría en la que los sucesivos gobiernos se han visto forzados a mantenerse desde 2015. Esta 'era Batet' empieza con un reto especialmente difícil, que este martes, por los pasillos del Congreso, nadie sabía muy bien cómo acabará resolviéndose: me refiero, claro, a la suspensión o no de su condición de diputados de los cuatro secesionistas que permanecen presos y, sin embargo, o quizá por ello, se convirtieron en las estrellas de la sesión constitutiva de la que será la decimotercera Legislatura de la democracia. Todos querían saludarles, todos los ojos estaban pendientes de si Pedro Sánchez estrecharía o no la mano del líder de Esquerra -que lo hizo, aunque con patente frialdad-, todos especulaban con la fórmula de juramento de la Constitución que los secesionistas elegirían.
Sí, todo es nuevo, como tantas veces hemos tenido ocasión de repetir últimamente. Pero, a la vez, el reglamento del Congreso, la normativa electoral, la pesadísima fórmula de votación de la nueva Mesa de la Cámara, eran los mismos, evidenciando, de manera simbólica, que los nuevos tiempos difícilmente pueden regirse con los viejos códigos.
La 'era Batet', que es personaje, como lo era Pastor, dialogante y flexible, como lo demostró su primer discurso, será la de la renovación a fondo o, si no, será el desastre. Los boquetes de agua no se pueden taponar con papel, aunque el papel sea el del Boletín Oficial del Estado. Difícil fue el camino de Pastor, pero tengo para mí que más difícil aún va a ser el de Batet; sobre todo, porque, como se ha venido viendo hasta el momento, no se evidencia entre las fuerzas políticas un espíritu de avance claro hacia el consenso en los grandes temas.
No sé si Batet será capaz, como en momentos lo fue Ana Pastor, de volar a mucha altura: el tercer escalón en el protocolo del Estado se pone a prueba desde hoy mismo. Y a esta mujer, que desarrollaba desde su Ministerio unas tareas de contactos discretos con el mundo separatista catalán, le toca demostrar que puede afrontar airosamente las tormentas que nos vienen y construir una nueva estructura jurídica para soportar el futuro.

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