Opinión

La ambición de uno

A resultas de la ambición de Pedro Sánchez en España se abre un período dominado por la incertidumbre. Después de haber repudiado sus propios argumentos respecto de los males que acarrearían al país la entrada de Pablo Iglesias en el Gobierno ha dado la vuelta sobre sí mismo y tras pactar con Podemos ha ido un paso más allá y está explorando una posible abstención o incluso un apoyo de legislatura por parte de Esquerra Republicana. Para cohonestar semejante metamorfosis -abrazar cuanto se había rechazado-, Sánchez ha implicado a los militantes del PSOE en una consulta en la que quienes han votado el acuerdo con Podemos lo han hecho sin saber los términos del pacto y a qué se ha comprometido. Felipe González criticaba semejante iniciativa diciendo que era tanto como empezar la casa por el tejado. Hablar de cargos en vez de programas. A los militantes que han aprobado por mayoría el acuerdo con Iglesias nada les ha sido dicho al respecto de los contactos con ERC, partido que tiene a su presidente en prisión, condenado por sedición y malversación y a su secretaria general prófuga de la Justicia.
PSOE y Podemos -ambos con menos diputados que tras las elecciones de abril- no suman en orden a alcanzar la mayoría de votos exigida para sacar adelante la investidura de Sánchez razón por la cual éste se ve obligado a buscar otros apoyos. Podría haber explorado algún acuerdo con el PP cuyos 88 escaños en el Congreso le habría permitido holgadamente superar la investidura en primera votación. Es casi seguro que Ciudadanos se habría sumado aportando sus 10 diputados.
Sánchez nunca ha querido contemplar esa opción. Es sabido que la noche de las elecciones Pablo Casado le llamó pero no se le puso al teléfono. Cuentan que entró en pánico a la vista del fracaso cosechado -el PSOE perdió tres escaños-. Había forzado la repetición de los comicios en la idea -inducida por los sondeos del CIS- de alcanzar 150 diputados y al constatar el fracaso de la operación, tras algunas vacilaciones, optó por llamar a Pablo Iglesias -el mismo que sólo unos días antes le quitaba el sueño al pensar que podía sentarse en los Consejos de ministros-, para ofrecerle todo lo que le había negado antes de las elecciones. De aquél ataque de pánico, impensable en un líder político maduro, podrían derivarse consecuencias poco favorables para España. Una país políticamente polarizado emponzoña la vida política y retrasa el verdadero progreso de la sociedad. Inquieta pensar que en un país moderno y avanzado como es el nuestro todo esto se deba a la ambición de un solo ciudadano.

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