Opinión

A cara de perro

A tenor del cariz que está adquiriendo la precampaña electoral no hace falta ser un lince para avizorar que nos esperan días de tensión, medias verdades y faltas de respeto entre candidatos. La vida política española se caracteriza por la permanente descalificación de los rivales. Señalado como enemigo: al adversario, ni agua. Tal parece ser el lema de toda campaña que se precie. Una forma de actuar que inexorablemente desemboca en la constante descalificación del partido político contrario y de sus dirigentes. Y la tensión sube y de ese tensar la vida política se derivan daños colaterales. El primero de todos, la pérdida de respetabilidad de los políticos. Si en vez de proponer ideas y proyectos para mejorar la vida de los ciudadanos resulta que lo que hacen es atacar a cara de perro a sus rivales, ¿qué respeto les podemos tener? ¿Por qué insisten una y otra vez en lo que desune? ¿Quién les ha dicho que una sociedad mejora en ese clima de taberna?
La dictadura que imponen las televisiones acuciadas por la brevedad del tiempo en el que los mensajes de los políticos permanecen en la pantalla obliga a los asesores a confeccionar una colección de argumentos con los que responder a los utilizados por sus rivales. El resultado es conocido: frases cortas e ideas reducidas a píldoras .Un menú para menores de edad. Menú que en los últimos tiempos encuentra un correlato en las tuiterías, esos mensajes de un número limitado de palabras ideados para un tipo de comunicación que se queda en la superficie de las cosas. Donald Trump hizo su campaña -y le funcionó- a base de tuits y, entre nosotros, Pedro Sánchez, también se apunta a una moda que hace ya algún tiempo dejó de serlo para convertirse en tendencia.
Una parte significativa del electorado -los más jóvenes- ya no leen periódicos de papel; han optado por enterarse de cómo va el mundo a través de lo que les llega por el ciberespacio. Podemos, y su líder Pablo Iglesias, fue uno de los pioneros en el manejo de las redes como vehículo idóneo para la propaganda política. Todos los partidos han acabado copiando esa forma de llegar a sus potenciales electores. La parvedad conceptual de los mensajes viene compensada por su enorme difusión. El discurso da paso al eslogan y nadie se toma la molestia de leer los programas de los partidos. ¿Para qué?, se preguntaría un cínico, si de todos es sabido que ningún partido cumple lo que promete durante la campaña electoral. Así nos va.

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