Opinión

Los violentos victimistas

Alos impulsores de la la independencia de Cataluña no les ha quedado más remedio que agarrarse a un victimismo falaz para continuar por el camino hacia el abismo sin el apoyo de la mayor parte de la población. Acusan a las fuerzas de seguridad del Estado de aplicar una violencia desproporcionada el pasado domingo al obedecer la orden de una jueza catalana para que no se celebrase un referéndum ilegal, pero su relato se desmorona ante la mínima brisa de realidad y de sensatez. El Govern que preside Carles Puigdemont, gracias al apoyo de un partido antisistema como la CUP, no respeta al Parlamet ni se respeta a sí mismo. No sólo se ha saltado la Constitución, el Estatut y los tribunales, tampoco ha querido escuchar los criterios de su propio servicio jurídico que desaconsejaba un proceso que no podía pasar por el cribo de la legalidad. Y en el colmo del despropósito, la Generalitat incumplió una veintena de artículos de su propia ley de referéndum, aprobada sin la presencia en la Cámara de las fuerzas de la oposición. 
Los herederos de una política que exigía a los empresarios comisiones del 3% a cambio de la concesión de obras o servicios públicos y que se llevaba a escondidas el dinero a Andorra tienen la cara de señalar la violencia del Estado, como si saquear al pueblo no fuese una forma lucrativa de ejercer la violencia institucional. A los Mossos d'Esquadra, a los que ahora regalan claveles e idolatran, les han tenido que prohibir el uso de pelotas de goma para sofocar cualquier incidente tras las movilizaciones del 15-M, en las que una mujer perdió la vista de un ojo por un impacto. Claro que los agentes se limitan a obedecer órdenes de los mismos que animan a intimidar y a coaccionar a políticos, funcionarios, empresarios, intelectuales y ciudadanos que no comulgan con su deriva suicida. 
Que le pregunten por el significado de violencia a los padres del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que se encuentran un día tras otro su comercio en Granollers destrozado con pintadas intimidatorias. Que hablen los alumnos que son estigmatizados en los centros escolares por los profesores sólo por el hecho de ser hijos de un guardia civil o de un policía nacional. Que opinen los empresarios hoteleros que reciben amenazas de sanciones administrativas sólo por alojar en sus establecimientos a las fuerzas del orden. 
Los violentos que se amparan en la turba para rodear un cuartel de la Guardia Civil o hacer escraches en las comisarías, también califican de “facha” a un cantautor nada sospechoso de ser de derechas como Joan Manuel Serrat por expresar un pensamiento distinto. En Cataluña, o callas o una parte te proscribe, pero ni son pacíficos ni son más. La mayoría discrepante lleva mucho tiempo aguantando su violencia política, institucional, social y moral. Ha llegado el momento de no callarse ante la violencia de los mártires tramposos.

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