Opinión

Campo desigual

Si tuviéramos que hacer un ranking de la desilgualdad, probablemente las mujeres del mundo rural saldrían las peor paradas.
El mundo del campo no se entiende sin el trabajo muchas veces silencioso de las mujeres y sin embargo la falta de reconocimiento aún clama al cielo.
Las condiciones de vida en el medio rural no son fáciles y menos aún para ellas. La tasa de empleo es baja en general y mayor entre las mujeres. La desigualdad en la retribución económica es la regla. La brecha salarial  se duplica llegando hasta un 40% la diferencia entre lo que cobra un hombre y una mujer. Esto cuando hablamos de trabajo remunerado, porque buena parte de las tareas que asumen ellas caen en el limbo del trabajo sin retribución, allí donde las estadísticas de la seguridad social no entran ni se les espera.
Cuando llegamos a los puestos directivos los datos son alarmantes. En las cooperativas gallegas la mitad de los socios son mujeres pero sólo un 12% de ellas ocupa puestos directivos. Más aún, sólo un 2% de las presidencias de cooperativas tienen el frente a una mujer. Las razones que explican la escasa presencia femenina son las mismas que en muchos otros sectores: la ausencia de corresponsabilidad y de un reparto equilibrado de las tareas del hogar sumadas al trabajo dejan poco tiempo para asumir responsabilidades. Pero hay otra causa propia al medio rural y muy preocupante. Según un estudio del Consello de Cooperativas Galegas, ellas no se sienten capacitadas para desempeñar un cargo directivo o desconocen el tipo de funciones que se hacen en él. ¿Quién mejor que ellas, que viven en el rural las 24 horas del día, que saben de sus carencias, pueden representar sus intereses? Y sin embargo no se sienten capacitadas para esa tarea.
Un pequeño paso para intentar resolver la débil presencia de las mujeres en los consejos rectores de las cooperativas agrícolas lo acaba de dar el Consejo de Ministros al anunciar que las que incorporen mujeres a sus directivas serán premiadas con ayudas públicas. Pero sigue pendiente un reconocimiento social a la labor de las mujeres rurales, sin él será casi imposible superar esa barrera autoimpuesta para asumir las decisiones que le conciernen.
Hace unos meses me contaban la historia de una madre rural que llevaba su granja con mano firme, pero cuando llegaba el momento de participar en la reunión de la cooperativa mandaba a su hijo y ella se quedaba en casa. Esa es la realidad de muchas mujeres hoy en Galicia. La tarea es convencerla de que nadie mejor que ella, ni siquiera su hijo, podrá defender mejor sus intereses. Y nadie mejor que ella para hablar en su nombre. La tarea es árdua, sin duda, por ello la decisión de premiar a esas cooperativas es un paso pequeño. El grande lo deben dar ellas.
(*) Presidenta de Executivas 
de Galicia.
 

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