Opinión

La palabra y la imagen

Pedro Sánchez ha comparecido en el mediodía de ayer desde las pantallas de los televisores, con el rostro enmarcado por las sombras de una tragedia, y la crispación de aquel que se enfrenta a un escenario excepcional cuya funesta trascendencia jamás se hubiera atrevido a imaginar ni en sus peores pesadillas.

Ojeroso y dolorido, con un mechón de canas clareando la porción de cabello que corona su cabeza por encima de la frente, el presidente se ha dirigido a los españoles como sus asesores le han recomendado que se presente en estos momentos de terrible tragedia. Serio, trascendente, institucional, digno y serenamente transido por la preocupación y la pena. Los asesores que se ha llevado a la Moncloa cuando satisfizo todos sus anhelos al ganar unas elecciones que le incitaron a pactar contra natura para coronar su anhelo, le han advertido cómo debe asumir estas citas con triste guapeza porque en definitiva son citas para la Historia y de estas comparecencias únicas en momentos únicos están cuajados los archivos del género humano desde que el vídeo mató a la estrella de la radio. Sánchez estará en todas estas imágenes a las que apelarán las generaciones futuras para ilustrar las demoledoras consecuencias de la epidemia de coronavirus y desentrañar, con la claridad y el despego que producen los años, qué papel jugamos todos en este terrible episodio del devenir del planeta, y la imborrable huella que dejó en nuestro territorio nacional que, a día de ayer y sin haber llegado todavía a la cresta de la pandemia, había superado los 11.000 fallecimientos.

Sánchez es, a todos los efectos, el rostro crispado y doliente de la España azotada por la pandemia y seguramente no se merecía esto. Él mismo se preguntará a estas horas porqué el azar o quien sea, ha hecho coincidir la consecución de su momento de gloria tantas veces soñado y tantas veces requerido con el más negro escenario de su propia vida en un rizo de crueldad indescriptible que convierte la felicidad en infortunio, la altura en subsuelo y la gloria en miseria.

Pero este dignidad de imagen que versifica admirablemente con la necesidad de asumir un papel en la Historia no puede exculpar una responsabilidad que, pasado el jinete del apocalipsis  que nos ha caído en suerte será necesario aquilatar, iniciando la cuenta por la validez o el desastre de un gobierno de coalición que suena a dramático fracaso, a error inmenso y a desilusión profunda. Hoy no toca pero mañana sí tocará.

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