Opinión

El mejor sirviente de Podemos

Pablo Iglesias es el mejor intérprete de Pedro Sánchez y Sánchez es el mejor sirviente de Podemos. El líder de podemita lee mejor que nadie lo que el todavía líder del PSOE quiere decir en realidad cuando enfatiza, engolando la voz y crispando la mandíbula y el rictus.
Así cuando Sánchez proclama "Ni cargos, ni sillones, sino programa, programa, programa" -por cierto, ¿le ha pagado el royalti a Anguita?- lo que lee Iglesias es "Yo, Presidente". Y cuando apostilla, con sonrisa que pretende ser de complicidad y confianza para los "suyos", con aquello de "No seré presidente a cualquier precio", lo que traduce sin equivocarse un ápice es "como sea, con quien sea y al precio que sea".
Porque Iglesias, y en realidad cualquiera que no sea el ciego que, encima, no quiere ver, y sin necesidad de haber estudiado latín, sabe bien cuanta verdad encierra aquello de "excusatio non petita, acusatio manifiesta" o sea "dime de lo que presumes y te diré de los que careces". Vamos que es de una claridad diáfana que Sánchez niega exactamente lo que es su intención única y exacta.
Porque lo que se niega a asumir y aún menos a afrontar el candidato del PSOE es la realidad, su propia realidad. Que su partido ha sacado un resultado penoso y que personalmente el suyo ha sido una humillación absoluta. Que su nombre en la historia quedaría como Pedro Sánchez el IV de Madrid. El PSOE solo ha logrado aguantar en los territorios que marcan distancias y que ante su deriva se le enfrentan y rebelan.
A Sánchez y al trío insensato que lo flanquea Luena, Hernando y López, los podemitas les han descifrado a la perfección el hígado y les han palpado sus más turgentes ambiciones y ahora les dan la receta y el trato adecuados. Látigo al pretendiente sumiso, caña a quien se arrastra para conseguir sus favores y de vez en cuando una sonrisita y un cariñito para que siga como un gozquecillo faldero corriendo tras la novia que es una mantis que se lo va a merendar vivo.
A él y a su partido. Porque Sánchez se ha convertido en el instrumento mejor, en el infiltrado soñado, en el aliado perfecto, para conseguir el objetivo de Podemos: La demolición y engullimiento del PSOE. Sánchez es el muñeco que habla, la marioneta que supone que tiene vida propia, el vasallo al que pueden vestir de rey y cree serlo cuando en realidad sería un títere al que se dejaría figurar mientras fuera útil y luego cuando convenga se le cortaría la cabeza. Tan entregado está que ya hasta reproduce los rituales "cuperos" y los referéndums y adhesiones caudillistas de Iglesias que demuestran su condición de aprendiz y catecúmeno de referentes espirituales y futuros amos.
En ese creciente galope hacia la humillación nada tiene de extraño que ahora las presuntas líneas rojas le parezcan pétalos de rosas que aromen su camino a la Moncloa. De la condición inicial de ni ponerse a hablar si no había renuncia clara e irreversible del derecho de secesión, llamado de decisión para que cuele, y al contrario reafirmada y exhibida como bandera ayer por el podemita catalán, los sanchistas ya ni hablan como si el asunto fuera una simple coma en el contrato. De que no puede aceptar ni activa ni pasivamente los votos o abstenciones separatistas para poder ser investido -y que resultan imprescindibles- se hace como que no fuera con ellos.
Pero resulta que aunque con Sánchez no vaya, con el PSOE sí que va, porque le va la vida en ello. Y al escuchar lo que no debía ser oído de lo dicho en el Comité Federal resulta que hay entre los socialistas, y no solo entre sus referentes históricos, sino entre los que tienen verdadero mando en tropa quienes, además de Podemos, tienen ya leído a Sánchez. Lo tiene Susana Díaz, Javier Fernández y muchos otros. Y se lo dijeron a la cara. La cuadrilla sanchista no parece tener inconveniente alguno en que del partido solo queden las raspas si ellos se comen las sardinas en Moncloa. Pero hay socialistas que no se resignan a convertirse en los ayudantes del sumo sacerdote podemita en el ara de los sacrificios. Porque, entre otras cosas, saben que los siguientes a quienes se les arrancaría el corazón en lo alto de la pirámide serían a ellos mismos.

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