Opinión

Iceta, el nacional

El grito de Iceta en favor de la "Cataluña-nación" y la "España-nación de naciones" ha sentado mal en una buena parte del tejido organizativo del PSOE, si exceptuamos la parte catalana del mismo (PSC). Ese malestar cursó en boca de dos barones principales, García Page (Castilla-La Mancha) y Javier Lambán (Aragón), de inequívoco alineamiento con el doble dogma jurídico proclamado en la Constitución. El que define a España como "patria común de todos los españoles" y califica de "indisoluble" la unidad de la nación española.
Inequívoco ha sido también el alineamiento de la vigente dirección del PSOE con las tesis del renovado líder del PSC, el mentado Miquel Iceta, que devolvió el favor en su discurso de clausura del partido, ofreciendo lealtad inquebrantable al equipo liderado por Pedro Sánchez y asentimiento incondicional a lo que este acabe acordando con los independentistas de ERC a cambio de su complicidad en la investidura.
Son los antecedentes del choque verbal entre Iceta y los dos presidentes autonómicos. En juego, los dos vectores dominantes del delicado momento en la vida política nacional. Uno, la gobernabilidad. Otro, el conflicto catalán. Los dos se han cruzado en el agrio intercambio de reproches entre Iceta, apoyado por Sánchez, y los dos barones, apoyados por gran parte de la militancia y los dirigentes históricos del PSOE.
En público se han guardado las formas. Pero en privado y en las redes nos han caído las siete plagas a quienes hemos entendido mejor la postura de los barones (soberanía nacional única e indivisible, como línea roja en los tratos con ERC) que la de Iceta (Cataluña es una nación y hablemos de todo con quienes quieren dotarla de Estado propio).
El activismo en las redes refleja la posición de Ferraz, que considera "desleales" con la dirección a García Page y a Lambán. Incluida una recomendación a quienes hemos simpatizado con las declaraciones de estos. Que nos modernicemos. Que no marquemos el paso de carcamales porque no aportan nada. Que los tiempos han cambiado. Que del pasado no se vive. Que hay que buscar algo nuevo. Que hay que "moverse" (¿incluso adoptando el lenguaje de los "indepes"?).
Por ahí sopla el viento sanchista. Y al quedarse uno hablando solo no tiene otro remedio que preguntarse si acaso lo moderno, lo avanzado, lo que se lleva ahora en esa izquierda sedienta de diálogo con quienes quieren reventar el orden constitucional, consiste en perder conciencia de clase y ganar conciencia de tribu.
Pues, lo siento, pero el firmante de esta columna sostiene que Miquel Iceta, el renovado líder del PSC, lleva el socialismo en la biografía, pero en los genes lleva la indisimulada querencia nacionalista que le lleva a justificarse recordando que "ya habíamos advertido de que nunca renegaríamos de definir a Cataluña como una nación".
O sea, que reniega de la biografía, pero no de la genética, al precio de sembrar la discordia en la gran familia socialista. En el PSOE, por ser precisos, un partido histórico de firme adhesión al dogma constitucional (o sea, civil) que, insisto, califica de "indisoluble" la unidad de la nación española.

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