Opinión

Doble legalidad

En cierta ocasión oí decir a un ministro que "la Cataluña de hoy sin terrorismo ha desestabilizado al Estado más que en su día el País Vasco con terrorismo". Aquí y ahora no hay verdad más incontestable. Trataré de explicarme.
Escribo a pocas horas de la marcha del 11 de septiembre (Diada) a la vista de unos llamamientos independentistas aparecidos en las redes sociales que, a titulo preventivo, apelan al carácter pacífico del pueblo catalán. Como planea el riesgo de altercados callejeros, se advierte de que aunque "bajo apariencia de lo que no son", esos disturbios los promoverán los enemigos del procès "para hacernos quedar mal ante el mundo".
A la espera de verificar el carácter efectivamente pacífico de los catalanes en general en esa manifestación protagonizada por los independentistas en particular, prefiero centrarme en otro rasgo largamente acreditado por la ciudadanía catalana. Hablo de la aversión a la inseguridad jurídica de "un pueblo cuya columna vertebral son sus empresarios", en palabras de José Luis Bonet (Freixenet). Para un emprendedor, nada más odioso que unas inciertas, cambiantes o inexistentes reglas de juego.
Dicho sea justo cuando hemos entrado en una etapa absurda en la que las gentes de este siempre diferenciado rincón de España se encuentran interpelados por una doble legalidad.
Es una forma de hablar, pues no puede existir doble legalidad en una sociedad política y jurídicamente organizada (el Estado). Pero nos entendemos. De un lado, la legalidad consagrada en la Constitución Española, que reconoce al pueblo español como titular de la soberanía nacional (única e indivisible). De otro, esa legalidad chapucera y unilateralmente creada (ley de referéndum y ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la república de Cataluña), como una fuente de poder alternativa a la que de forma legítima y democrática fue masivamente ratificada por todos los españoles en diciembre de 1978.
La sola descripción del problema hace ver que en lo referido al desafío separatista hemos tocado fondo y, como cantaba Serrat, a partir de ahí solo cabe mejorar. También podemos entender que el independentismo ha apurado el desafío hasta el tope de máxima tensión y a partir de ahí ésta solo puede empezar a bajar, en línea con la doctrina oficial de Moncloa, apelando a la fortaleza del sistema democrático y de los más sesudos analistas, anunciado que el llamado "procès" se encamina en su tramo final hacia el fracaso y la frustración.
Visto así, la gran patada a la democracia que la semana pasada se perpetró en el Parlament se debe a la impotencia por la evidente falta de futuro del desafío al Estado. Así que los independentistas estarían recurriendo al luego sucio, como los malos defensas que derriban alevosamente al delantero cuando van perdiendo por goleada.

Te puede interesar