Opinión

Cuesta abajo hacia el 10-N

Vamos de cabeza hacia las elecciones del 10 de noviembre. Las cuartas en cuatro años. Una irresponsabilidad de la clase política en general; del presidente en funciones, Pedro Sánchez, en particular, como primer aspirante a formar Gobierno.
Están cantados los rasgos esenciales de lo previsible tras un nuevo reparto de cartas: aumento de la abstención, subida del partido que gobierna (PSOE) y el que puede gobernar (PP), y sensible retroceso de los partidos-escolta (UP, Cs y Vox).
Las incógnitas, pasto para la voracidad de los finos analistas, solo afectan al tamaño de la abstención, así como al de las subidas y bajadas de unos y otros. Sobre esas magnitudes alumbradas por el recuento sabremos si se aclara el horizonte de la ingobernabilidad o volvemos a las andadas con la aritmética electoral contaminada de vetos cruzados y lucha de egos.
No está nada claro que, con la fragmentación del mapa político que ha venido para quedarse, unas nuevas elecciones sirvan para dotar a España de la estabilidad, divino tesoro, que los votantes vienen pidiendo a gritos desde las elecciones de diciembre de 2015. Eso no parece influir en el ánimo de los principales líderes del arco constitucional antes de iniciar la irresponsable cuesta abajo hacia una repetición electoral.
El último movimiento es la presentación en sociedad de las 300 medidas "progresistas" pactadas con el PSOE por los actores sociales, con la vana esperanza de alistar a unos y otros en la causa del "único gobierno posible" (monocolor, progresista, con Podemos de socio programático, relaciones abiertas y sin deudas con el independentismo).
Hablo de vana esperanza porque no es serio creer que esas 300 medidas van a modificar la posición de Iglesias Turrión, del que Sánchez espera una mera rendición de Podemos a la tesis de un Gobierno monocolor socialista solo porque aplicará medidas sugeridas por el partido morado.
En cualquier caso, es el enésimo intento de Moncloa por lograr el apoyo de Podemos a la investidura de Sánchez a cambio de una convergencia programática. Una forma de verlo. Otra es verlo como una especie de jaque mate a Iglesias, al quedar en evidencia ante sus votantes y los del PSOE. Con la indisimulada intención de que le pasen factura. Por reventar de nuevo la posibilidad de formar un Gobierno de izquierdas. Y por pisar la huella de quienes le precedieron en una maldición histórica: el cainismo de las dos izquierdas españolas.
A saber: Daniel Anguiano (1921), fundador del PCOE tras su viaje a Moscú con Fernando de los Ríos; Santiago Carrillo (1936), que alimentó al emergente PCE con las Juventudes del PSOE, y Julio Anguita (1996), que sopló las velas de Aznar para poner a la derecha en Moncloa. Por no hablar de los clásicos Prieto-Largo, Felipe-Guerra, Leguina-Acosta y Sánchez-Susana.

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