Opinión

Volvamos a la sensatez

Suelo dolerme, y suelo hacerlo quejándome, de que la cultura, entendida esta como el reino de las bellas artes, incluso en el académico, es decir, si ustedes me lo consienten, la cultura-culta, haya sido desplazada no solo de las páginas de los periódicos, sino también de no pocas de los suplementos culturales de estos. No es que lamente yo que ya no pueda leer citas en alemán, puesto que no sé alemán, es que lo que nos tienen que decir cantantes y actrices, actores y cantantas, es repetitivo e inane, aburrido y, lo que es peo, nos está abocando a un camino que no sé si será bueno que lo recorramos.
Hablando de esto con alguien que (de esto) sabe más, mucho más que yo, me argumentó que los periódicos tienen que atender a la demanda y publicar lo que la sociedad le pide si quieren seguir existiendo. Es cierto. No seré yo quien se lo reproche. Pero a ver quién me niega a mi que la demanda también se crea, o al menos se potencia.
No fue únicamente la recesión, la brutal recesión económica, y, más que ella, el austericidio aplicado en su sanación, la que echó a los coleccionistas de los estudios de los pintores o de las galerías de arte; también de las mueblerías que vendieron siempre más cuadros que aquellas, ¿o no?. Incluso han desaparecido las mueblerías a la par que el pequeño comercio y ha cambiado el mundo gracias al impulso dado a otro tipo de demanda distinto del que había venido siendo habitual. Mientras, la gente sigue invirtiendo en cultura pero entendiendo esta de un nuevo y grosso modo al que los inductores de demanda no han permanecido ajenos.
Después de hablar de esto cayó en mis manos un certero trabajo de Jaime Terceiro, titulado "Desigualdad y economía clientelar", en el que se recuerda una afirmación del profesor Dani Rodrik quien nos advierte de que una de las viejas creencias económicas, tal como la que viene representada por la disyuntiva entre igualdad y eficiencia económica, ha quedado sobrepasada por la evidencia empírica... al tiempo que por convincentes argumentos teóricos.
A propósito de esto nos recuerda Jaime Terceiro que el viejo dogma de que al promover la igualdad, siempre y por definición, se sacrifica la eficiencia económica, tiene su soporte en la idea fija de que el comportamiento humano está guiado por el afán de los incentivos; es decir, si bien lo entiendo, que de no haber beneficios a la vista aquí nadie invierte, nadie trabaja y nadie innova. Y eso da la impresión, a menos a mi me la da, de que no es exactamente cierto; con lo que paso a estar completamente de acuerdo con lo afirmado por el Profesor Terceiro si es que efectivamente leí bien lo por él escrito. Esto de la economía nunca ha sido mi fuerte. Y a la altura de mis años no tengo la menor intención de que llegue a serlo. Pero reconforta leer textos que contradigan dogmas y creencias falsas.
Hay una anécdota de Sir Winston Churchill que no me resisto a recordar de nuevo. En plena Guerra Mundial la oposición le reprochó que dedicase a Cultura la misma cantidad de dinero que había viniendo otorgándole durante los años de paz. Churchill se levantó y formuló una pregunta. Está: si no luchamos por nuestra cultura, ¿por qué luchamos? Es evidente que la eficiencia puede ser estimada de muy distintos modos; también lo es que los incentivos pueden ser múltiples y diversos. ¿Se ha notado, o no, en el mundo de la cultura gallega, la desaparición de las cajas de ahorro y con ellas la dedicación que prestaban a su atención y desarrollo? Y una pregunta más, pero ya en el párrafo siguiente para ano fatigarles demasiado.
Pese a esa desaparición ¿han dejado de pintar, esculpir o componer los pintores, los músicos, los escultores gallegos? Pues muchos incentivos no están teniendo, demanda tienen muy poca. No es solo la eficiencia económica, no es solo el incentivo, es el sistema de valores en el que cada sociedad se sostiene… o se desmorona.
Lo dicho para músicos y pintores, vale también para escritores. ¿Han dejado estos de escribir al verse suplantados por firmas tales como las de los tertulianos de las televisiones, los esporádicos novelistas que presentan telediarios, o desplazados de las páginas ahora llamadas de sociedad y cultura, de cultura y espectáculos? Por supuesto que no, que no han dejado de escribir mientras contemplan como el 2% del PIB español, mantenido a lo largo de años por la industria del libro, se viene abajo acompañado del cierre de editoriales que parecían tan insumergibles como el Titanic.
La demanda se crea y se destruye, es pura energía, y, por la tanto se transforma. ¿Qué está sucediendo en la economía portuguesa? Partió de una situación no solo similar, sino incluso más dura que la española; pues bien, ahí está: remontando, ofreciendo empleo a sus ciudadanos y envolviéndose en menos, en muchos menos discursos patrioteros que la española, sin perder el tiempo en discusiones bizantinas y en enfrentamientos que, derivando más de cuestiones de fe política o incluso religiosa, conducen inevitablemente a la confrontación entendida al modo en el que la entendió Goya. Es urgente el retorno a la sensatez. El problema es que resulta dudoso que la actual clase política, unos y otros, sea capaz de propiciar ese regreso.

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