Opinión

Un futuro sin tojo

Uno de los peores errores que puede cometer cualquier persona está al alcance de todos nosotros. Consiste en ponerse a pensar en voz alta, ajeno por completo al mundo que te rodee en ese instante o en aquellos que lo continúen, reflexionando, sin que el hacerlo implique la asunción de todo lo que se te va ocurriendo. Es lo que conocemos como un flujo de conciencia, también llamado monólogo interior cuando es trasladado a la literatura. Joyce supo llevarlo hasta ella con mucho más acierto de lo que lo hizo Dujardin, amigo de Mallarmé y  autor de Les Lauriers, editado en 1887, dónde va la fecha pues fue el que lo inicio. Discúlpese la pendantería.
El caso es que, cuando uno hace literatura, ese monólogo interior le exime de responsabilidades mientras que, cuando lo que hace es periodismo, puede culpabilizarlo haciéndole responsable de opiniones que, surgidas a vuela pluma y expuestas sin el menor pudor, no son enteramente o en absoluto suyas sino tan solo la exhibición pública de una reflexión que se debiera haber quedado en el ámbito de lo privado. ¿Seguro que esto es así? Atrevámonos a pensar en voz alta -sapere aude- dejando que fluya ese monólogo interior y aceptando el riesgo de equivocarnos, ese derecho que casi nadie reconoce como si nuestra condición fuese la de ángeles.
Desde el ingreso en el bachillerato aprendimos, los de mi edad, que el minifundio era uno de los males endémicos de Galicia, igual que lo era el tojo y en ambas convicciones todavía nos mantenemos. Malo sigue siendo el minifundio, sí, pero casi ha desaparecido el tojo. Desde que las vacas se han estabulado, perdido sus nombres y están conectadas a las ordeñadoras automáticas, se les ha privado de la cama de tojos en la que acostarse, se le pasa una manguera de vez en cuando sobre el frío cemento del establo, se le recogen los excrementos y a otra cosa mariposa: el tojo ya no se cultiva en nuestros montes como se cultivaba antaño para los fines que quedan aquí expuestos. Y el minifundio sigue siendo malo.
Lo cierto es que cuando el ganado dormía en camas de tojo el minifundio permitía que una familia fuese autosuficiente: aquí se cultivaba trigo o centeno, maíz allí, verduras, patatas y vinos más allá, terneros, cerdos, gallinas, caballos o asnos, conejos o lo que fuesen, leña para el fuego en otro lado, de modo que, en una medida o en otra y mal que bien cada familia iba subsistiendo. Entonces vino la concentración parcelaria, a estas alturas todavía sin completar, y esa forma de vida desapareció por completo. La gente empezó a ocupar el territorio de una forma distinta a como había vendido haciéndolo desde tiempos inmemoriales, abandonando las aldeas y viniéndose a vivir en los márgenes de las carreteras cuando no a la propia ciudad pues había decidido irse a Vigo a la Citroën, más tarde a Coruña a Inditex, cuando no Éibar a fabricar bicicletas, mientras les daban carreras a sus hijos para que, llegado el momento, estos pudiesen acogerse a la movilidad exterior e irse a rendir servicios en el extranjero. Ahora, en estos días tan movidos, los padres acuden los fines de semana a las viejas casas familiares para cultivar un trozo de tierra o cuidar de unos animales que ayuden a la maltrecha economía familiar. 
Es cierto que hemos mejorado en sanidad, educación y comunicaciones, pero no es mentira que son demasiadas familias las que pisan el umbral de  la pobreza sin que, como antaño, la autosuficiencia puede ser el auxiliar imprescindible en no pocos momentos de sus vidas. Hoy ya no es cualquiera el que puede realizar una tala para casar a una hija, enterrar a un padre o sufragar una operación de apendicitis. Se ha desmantelado una realidad sin que hayamos sido capaces de componer debidamente otra. ¿Qué pasó con nuestros astilleros? ¿Somos conscientes de que en la primera mitad del siglo XIX el nuestro era un país industrializado? ¿Recuerda alguien el Val de Laza ocupado por miles de cabezas de ganado vacuno siendo cebadas para su exportación a Europa? ¿Qué fue de aquella eclosión de los cultivos marinos disfrutada en los primeros años autonómicos?
Reflexionar en voz alta tiene, es verdad, no pocos peligros. Países de una extensión y de unas características similares a las nuestras -Bélgica, Dinamarca, Países Bajos...- no están condenados a subsistir fundamentalmente gracias al turismo que es el camino que está llevando el nuestro si no acertamos, entre todos, a poner el remedio imprescindible porque la realidad es que no somos autosuficientes. Durante demasiado tiempo nuestra inmensa capacidad de esfuerzo y nuestra casi infinita capacidad de ahorro fueron empleadas en desarrollar otras zonas de España. En 1981 todavía se empezó a electrificar el ferrocarril en Galicia que era de donde salía la mayor cantidad de electricidad de España. En 2017 un cuarto de siglo después de que el AVE recorra otras zonas españolas a nosotros todavía se nos niega...y eso que mejoramos en comunicaciones.
Olvídese el lector de las exageraciones, de lo caricaturesco de algunas reflexiones y piense seriamente si hemos salido o no ganando con el cambio porque nadie nos ha regalado nada y sí se nos han estado negando cosas que han sido repartidas con prodigalidad en otros ámbitos territoriales. Y ya nos va llegando. Ya nos va llegando.

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