Opinión

Todo ha mudado menos el país

El lunes todavía estaba todo en el aire. Quiere decir esto que, a la altura de hoy, viernes, todo puede estar por los suelos o seguir fluctuando por el etéreo… si me dejan expresarme así, tal y como lo hacían "los niños de Serrano" en mi más tierna juventud: "Vale más volátil en cavidad metacarpiana que cuadrado de diez fluctuando por el etéreo", pues eso. 
Sucede que hoy, los hijos de aquellos y tan ilustrados individuos, no aciertan con los entresijos del lenguaje como acertaban sus padres y se han olvidado, también, de aquella tira blanquiazul que solían lucir los coches en sus lunas traseras: "Sonría por favor" solicitaban. Todo fue bien hasta que apareció otra que afirmaba que "la sonrisa inmotivada es la elocuencia del imbécil".
Hace poco uno de los sonrientes muchachos del PP, que nada tiene que ver con la que se diría decimonónica seriedad del expresidente Rajoy, respondió a la afirmación de la señora Ayuso, después de que esta hubiese sugerido una vía de estabilidad, cuya necesidad se ofrece cada vez más evidente, afirmando que su partido no solo no estaba dispuesto a seguirla sino que dificultarían todo lo que pudiesen la investidura de Pedro Sánchez como presidente de Gobierno. Es tanto como decir que si tiene que haber nuevas elecciones se le tendrán que agradecer a ellos, a ese dúo dinámico y sonriente que mejor estarían posando para un anuncio de pasta de los dientes que dirigiendo su partido.
Anteayer comenté aquí mismo lo mucho que traté a Fraga Iribarne. Mal que bien y durante años cenamos una vez al mes en el hoy desaparecido Restaurante Vilas, pese a que ello no restase para que yo, aun reconociendo como ya reconocía que tenía una cabeza muy bien amueblada, no criticase en el periódico no pocas de sus decisiones políticas. Ahí están las hemerotecas para confirmarlo o desmentirme.  Sin embargo, viendo lo que hacen sus sucesores actuales, su figura empieza a engrandecérseme de una manera inesperada. No es que fuese el autor de una Ley de Prensa, a todas luces insuficiente, si la juzgamos desde los valores democráticos; rompedora si lo hacemos recordando los momentos en los que fue promulgada. Tampoco es que abriese el país al mundo, que lo abrió, propiciando el cambio sociológico que significó la invasión turística e hizo posible una evolución posterior y necesaria. Es que supo contener los seculares demonios que nos atormentaban conjurándolos en un único partido hasta que llegaron estos sus sonrientes sucesores y los han dejado sueltos. Hasta el expresidente Aznar que tanto había unido su opinión a las huestes del palentino sonriente, afirmando que este de ahora sí que era el PP verdadero y no el de Rajoy, ha hecho mutis por el foro y desde hace semanas ha evitado manifestarse sobre lo que está sucediendo ahora.
El contenido nacionalismo español del PP, tan necesario o reprobable como cualquier otro, sea este catalán, vasco o gallego, se ha desbocado y ya no se somete sus riendas a las manos de su lugar de residencia durante tantos años. El liberalismo que ocupó el PP durante tanto tiempo se ha transmutado hoy en ese curioso espécimen político llamado Ciudadanos, mientras que las cabezas rectoras de las siglas que alumbró Fraga en su momento recuerdan tanto a sus orígenes como pudiera un huevo recordar a una castaña.
La derecha, siguiendo la muy nefasta actitud de la izquierda, se ha fraccionado y cada quien campa por sus respetos cuando, en la esencia, son todos lo mismo. Una afirma que lo hace todo por España, como si los otros dos (¿Y qué decir de la izquierda?) lo hiciesen por el Magreb. Otra se reclama de centro y actúa como si estuviese absolutamente descentrada y, la antaño fraguista y aglutinante, va y viene, del centro a la derecha del centro, y de la derecha de la derecha del centro, según le indican el viento y los cambios de marea.
No hay hoy en el PP -y si lo hay bien escondido está- nada ni nadie que sea capaz de emular lo que el recientemente fallecido Rubalcaba hizo en su momento respaldando la política de Rayoy aun a riesgo de dejar, como dejó, a su partido hecho unos zorros. Carrillo, que tantos errores había cometido durante la Guerra Civil, también hizo lo mismo -con la diferencia de que el PCE sucumbió y ha desaparecido casi por completo- cuando lo sacrificó a los intereses nacionales anteponiéndolos a los propios y partidarios. Hoy ya nada de esto es ya posible. Ni siquiera es recordado. Ha cambiado todo, todo ha mudado en otra y muy distinta cosa. Lo curioso es que seguimos teniendo un país envidiable en no pocos aspectos y pese a las políticas que lo atenazan y ahogan desde hace demasiado tiempo. Pese a su deterioro las prestaciones sanitarias que recibimos siguen siendo envidiadas por los ciudadanos de no pocos países. Lo mismo sucede con el sistema educativo, ejemplar pese a tanta ley de educación como con las que nos agasajan los políticos de modo que seguimos formando profesionales para que rindan sus conocimientos en áreas lejanas de las nuestras. Y así sucesivamente. Ojalá aparezca pronto una nueva generación que haga inviable el comentario aquel del romancero: "Dios, que buen vasallo si hubiere buen señor", pero antes tendría que esfumarse tanto Cid Campeador como hay en la derecha, Babieca tanto e incluso también algún asno que también rebuzna desde la izquierda.

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