Opinión

Sí a la reforma de la Carta Magna

Leí, hace ya unos días y no recuerdo en dónde, que Martín Villa estaba detrás, que siempre había estado detrás, de todas las grandes decisiones que habían afectado al Estado; él y algunos prohombres más, próceres o cómo cada quien prefiera y decida denominarlos. De Martín Villa guardo en la memoria la imagen que ofrecía en una foto impagable. Se la hizo un fotógrafo del que ya tampoco recuerdo el nombre; pero seguro que entre los lectores no habrá de faltar quien lo recuerde por mi, que ya voy cumpliendo años y además no soy de León… como creo que era el fotógrafo.
En esa foto aparece Martín Villa caminando de puntillas sobre el ledo, recogiéndose los bajos de sus pantalones a fin de no embarrarlos; lo hace de modo que ofrece las piernas flexionadas, las canillas tan delgadas que se dirían ridículas, los pantalones subidos, la mirada baja y expectante, la cabeza tal que abatida… o aparentemente sumisa ante la realidad que envuelve a todo el personaje. La mirada lo traiciona, las gafas la protegen y también la disimulan. No recuerdo en dónde vi la tal fotografía, como ya les dije, pero no me extrañaría que fuese objeto de censura y prudentemente retirada a instancias del personaje, tan singular como importante, que aquí se rememora.
Cuando sucedió la catástrofe del “Prestige”, esta hubiera sido perfectamente evitable de haberse aprobado en su momento la ampliación de nuestras aguas jurisdiccionales gallegas a catorce millas náuticas fuera de puntas; es decir, contadas a partir de los extremos de las rías que se abren al mar océano; algo a lo que negaron su voto favorable Beiras y Nogueira, aún no sé por qué, quizá porque la propuesta era de Fraga. 
Tal circunstancia, es decir, tal ausencia de competencias propias, propició que quien viniese aquí a resolver favorablemente el tema y lo hiciese armado de todos los poderes gubernamentales propios del caso, fuese precisamente Rodolfo Martín Villa, secundado por un político o ex político pontevedrés cuyo nombre sí recuerdo perfectamente pero no se lo voy a recordar a ustedes porque es amigo mío y yo ya calzo una edad que me permite estas tonterías.
En aquella ocasión Martín Villa se dirigió, en unos términos que se podrían tachar de inaceptables, a no pocos articulistas, comentaristas, columnistas o como ustedes prefieran considerar a la tropa que escribimos en la prensa gallega expresando opiniones, unas veces; hechos curiosas en otras tantas; algunas menos alguna que otra chorrada… en fin, ustedes ya me entienden. Lo hizo convocándolos por carta a unas reuniones en las que les serían dadas instrucciones de cómo tratar debidamente el caso. Todos, menos dos, acudieron diligentemente a la llamada del señor ex ministro e importante personaje; tan importante y tan acostumbrado a deambular por los entresijos del Estado como para que, el otro día, pudiésemos leer lo que leímos respecto de él y de otros cuantos y al parecer insustituibles personajes que son, al parecer, los que cortan aquí el bacalao.
Uno de los dos comentaristas que se negaron a acudir fue Roberto Blanco Valdés; el mismo Blanco Valdés que, siendo niño y con su hermano, podía contemplar un álbum de fotos que fue donado al Museo del Pueblo de A Estrada y que ahora es algo así como el editorialista del periódico en el que publica sus columnas con la frecuencia deseable. Excuso resaltar que tengo un enorme respeto intelectual por Blanco Valdés, como no podría ser de otro modo.
El otro día, en ese mismo periódico, uno de los más leídos en toda la península ibérica, fue publicada una entrevista hecha al catedrático de derecho constitucional que es Roberto L. Blanco Valdés. Venía encabezada, puedo recordarla bien porque la tengo delante, por un titular que, lógicamente, entrecomillo: “La actual crisis no se resuelve con reformas constitucionales”. Como comprenderán estoy completamente de acuerdo con él. Ahora espero que él lo esté conmigo en que tampoco se resolverá enteramente sin esas reformas constitucionales.
Sin esas reformas que permitan, por ejemplo, la de la ley de financiación de los partidos políticos no conseguiremos erradicar situaciones como la que, muy probablemente, haya sido la causa del fallecimiento de la ex alcaldesa valenciana. Ni la situación del ex tesorero del partido actualmente en el poder, por poder otro ejemplo susceptible de ser comprendido de inmediato.
Sin esas reformas no serán evitables situaciones de interinidad de un gobierno en funciones durante tantos meses como la que hemos padecido porque la reforma de la ley electoral habrá sido afrontada y, conjurado tal peligro, se habrá podido eliminar también el que subyace bajo las listas cerradas dotando a las secretarías generales de los partidos y se diría que todavía mayor a las gestoras devenidas por procedimientos calificables de sospechosos, cuando menos, de un poder que se diría omnímodo y definitivo.
Sin esa reforma constitucional o sin esas simples enmiendas que sí son posibles cuando suena el cornetín europeo pero no al parecer cuando lo demanda nuestra realidad social, económica y política actual, no parece que nuestra situación no se pueda seguir deteriorado.
Por eso, es de esperar de la indudable honestidad intelectual del profesor Blanco Valdés que las dudas razonables que manifiesta respecto de la necesidad de reforma de distintos aspectos derivados de nuestra carta magna sean resueltas para que todos cuantos estamos atentos a sus comentarios podamos acercarnos a la claridad de ideas que la actual situación nos reclama a todos.
Nuestra sociedad no es la misma hoy que la de hace cuarenta años, ni siquiera lo es el lenguaje que la explica y determina si es cierto que la realidad se construye a base de palabras. Todo ha cambiado de una manera que se diría brutal en este casi medio siglo que llevamos recorrido apoyándonos en leyes indudablemente democráticas y que, a todas luces, así lo han sido al tiempo que servido para que surgiese esta nueva realidad que atravesamos de modo que hace evidente la necesidad de esa reforma o de ese conjunto de pequeñas, pero grandiosas enmiendas, que encaucen de nuevo una convivencia entre los españoles que hoy se ve seriamente afectada por factores no solo exógenos e indudables sino también endógenos y corregibles.
 

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