Opinión

Perros y académicos no cobran igual

Relata Georg Christoph Lich-tenberg, lo hace en uno de sus "Aforismos" que, antes de la Revolución, los perros de caza del rey de Francia percibían un sueldo superior a los de los miembros de la Academia de Inscripciones y Lenguas Antiguas o, si me dejan decirlo en francés que siempre mola más, de la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres. Herr Lichtenberg era alemán y por ello muy amigo de la exactitud así que, acto seguido de su afirmación da cifras, a saber: los perros cobraban cuarenta mil y los académicos se tenían que conformar con treinta mil monedas de la época; además, había trescientos perros, por un lado, y tan solo treinta académicos por el otro. Cierto desajuste sí que había.
La Academia de Inscripciones, fundada en 1663 por Jean Baptiste Colbert era una de las cinco academias dependientes del Instituto de Francia. Otra era la Academia Francesa, la de los "inmortales", fundada que había sido por el cardenal Richelieu unos años antes, en 1635, pero de esa no nos dice nada el alemán, al menos que yo sepa; aunque es de suponer que pudiera pasar lo mismo entre los sueldos de sus miembros y los asignados, por ejemplo, a los caballos de las cuadras reales. 
Ahora que no hay rey en Francia ignoro si el presidente de la República practicará o no el arte venatorio y se producirán diferencias entre los emolumentos asignados a los cánidos y los percibidos por los académicos. Siempre suceden cosas raras una vez que uno atisba ciertas alturas. El presidente Holland, que era medio calvo, tenía asignado a su peluquero un sueldo mensual de casi cuatro ceros o precisando un poco más de exactamente 9.895 euros mensuales. Una cabeza bien tratada hará, sin duda, que la brillantez de un presidente francés brille tanto que se pueda afirmar de él que le lucirá el pelo cada vez que tome alguna medida que afecte al común de la ciudadanía. Lástima que Monsieur Hollande fuese medio calvo porque le luciría la mitad, como al parecer efectivamente sucedió. Pero mejor no pensar en lo que cobraría el peluquero en el caso de que Monsieur le President tuviese cubierto al completo su cuero cabelludo.
Por aquí, desde la muerte del Generalísimo de los Tres Ejércitos, no hay excesivas noticias al respecto; algunas sí, claro. Franco no se solía andar con rodeos. Cuando no pescaba salmones en el Lérez, pescaba cachalotes desde el "Azor" o cazaba ciervos, corzos, muflones y solía regalarnos con escenas tomadas fotográficamente de las que, los que somos de aldea llamamos cacerías; pero a las que, los que son más finos, llaman monterías. Su sucesor a título de rey también le dio al gatillo y se llevó por delante un oso ruso, un elefante africano y otras especies no tan molonas. El que sí cazó de todo fue aquel amigo de Aznar que se apellidaba Blesa y que siempre se hacía una foto para demostrar su dedicación, su satisfacción por el empeño puesto y el triunfo de sus afanes. Noticias de estas hay algunas en los periódicos, pero no se da cuenta en ellas de los sueldos de las jaurías de perros, ni siquiera de los de los veterinarios que asisten a las monterías y que algo deberán saber del tema. Tampoco se sabe nada de los sueldos de los académicos, ni de las aportaciones que llegan a sus distintas instituciones, compuestas por miembros siempre muy leales a la fundación que las sustenta; parece ser que alguna dieta cobran, pero tampoco hay noticias de a cuánto puede ascender cada una de ellas; por ej. las que reciben los miembros de la RAE por todos sus desvelos. Así que tampoco les puedo decir nada. Eso respecto de la RAE. Pero de la RAG, tampoco. Si sé, pero no es relacionable con los perros, el monto de millones de pesetas de la primera partida presupuestaria que se le adjudicó a esta a partir de 1988. Una pasta. Para compensar tal conocimiento debo reconocer que no tengo idea de cómo fueron distribuidas pesetas tantas de dinero público. Se ve que, esto de las academias, es cosa harto complicada desde siempre; incluso con independencia de en dónde cada una de ellas esté asentada. La verdad es que no se sabe cómo se las arreglan por esas otras latitudes en las que la población carece de ellas, de tan magnas y antiguas instituciones. Pero ellas se lo pierden.
El otro día, Pérez-Reverte publicó un artículo en el que relataba cómo se entretienen los miembros de la RAE en sus sesiones de los jueves sancionando, es decir, confirmando y dándole carta de naturaleza a los cambios que el pueblo introduce y determina sobre su idioma, que no sobre el de los académicos. Nada que ver, sino más bien todo lo contrario, con las sanciones que la RAG establece sobre el nuestro que, en ocasiones, parece más bien una sanción en el sentido punitivo. Es de suponer que ahora, ambas, estén de vacaciones. El artículo del cartagenero, que tanto suda la camiseta como escritor, es como para leerlo y someterlo a reflexión a la hora de considerar como el uso de una palabra equivocada pueda hacerse imponer en detrimento de la expresión correcta convirtiéndola en inválida. Pero así es la realidad y así se comportan idiomas y académicos. En cambio no se comportan así todos los que lo son de la de aquí e incluso es posible llegar a discernir la militancia política de uno por el uso que impone de su concepción del idioma. Pero eso es ya harina de otro costal y ya hemos llegado a verla, demasiado tarde, cuando esto ya se acaba y habrá que dejarlo para otro día.

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