Opinión

Nos estamos medievalizando

Hace unos días, diez o así, una profesora madrileña, creo que era madrileña, indujo a sus alumnos a dibujar un monigote que, una vez colgado en una de las llamadas redes sociales de la Internet, habría de dar la vuelta al mundo a través de ella y en un corto espacio de tiempo. Su tesis, corroborada por la práctica, fue la de que cualquier imagen, o lo que es lo mismo, cualquier monigote, puede convertirse en viral y dar la vuelta al mundo sin esfuerzo. La profesora madrileña enseñó a sus alumnos a echar una botella al mar.
Cuando yo era joven hacíamos mucho eso de escribir algo en un papel, meterlo en una botella, echarlo al mar y esperar a ver lo que pasaba. En mi caso, puedo decir que nunca pasó nada; también es cierto que todavía estamos a tiempo de que pase, aunque lo dudo. Sin embargo a más de uno le sucedió que su mensaje recibió respuesta, normalmente desde la otra orilla del Atlántico. Incluso hubo quien vino o quien fue a conocer a su corresponsal, una vez establecida la conexión por vía postal ordinaria. Eso se acabó. Lo mismo ha pasado otras veces a lo largo de la historia: que de repente todo cambia, todo echa a correr y no se para hasta que el mundo es otro.
Sucedió en tiempos de Erasmo, cuando apareció la imprenta, y los libros pasaron de ser copiados a mano y de uno en uno en los conventos para ser leídos por una docena de personas, como mucho, a estar a disposición de miles de ellas de modo que el conocimiento empezó a circular a toda prisa y la Humanidad pudo empezar a ser mejor que la había precedido. La sociedad estamental comenzó su declive y la sociedad de clases inició su ascensión de un modo que hizo posible la redacción de los Derechos del Hombre, la Revolución Industrial y todo lo que ha venido después de modo que la gente de mi edad, que hemos nacido y sido educados de modo muy similar a como lo habían sido nuestros padres, al tiempo que estos lo habían sido al de los suyos y así seguido, pero hacia atrás en el tiempo, en mucho tiempo, le dejamos ahora a nuestros hijos, educados ya de modo distinto al nuestro, otro mundo en el que las botellas lanzadas al mar son virtuales y, sin embargo, cunden como estamos viendo.
Disimúlenme el tono profesoral en el que pueda estar incurriendo pero es que la noticia del monigote viral me ha conmocionado. El pensamiento circula ahora a velocidades que, comparadas con la de los tiempos de Erasmo, produce vértigo y puede causar efectos catastróficos pues cualquier idiotez puede debidamente puesta en circulación pueda causar estragos.
Es cierto que esta capacidad de manipulación en dirección a una convulsión destructiva puede ser contrarrestada por otra de signo opuesto y constructivo; pero no es mentira que la polarización que se derive de ello podrá resultar temible; o terrible, si lo prefieren. ¿Podrá? ¡Puede, claro que puede! Ya lo estamos viendo sin más que observar lo que sucede en la sociedad norteamericana y, por extensión, en las europeas y nuestras. Estamos en el albor de un tiempo nuevo en el que la burguesía, si es que Karl Marx acertó lo más mínimo, está cerrando su ciclo histórico de hegemonía de clase y dando paso a otro que yo, como no fui nunca mucho más allá de ser un optimista de la voluntad, puesto que me reconozco un pesimista más de la razón, otro más, intuyo tecnológicamente avanzado (si antes no revienta todo y se va todo al carajo) y socialmente regresivo: estos, amigos, se está medievalizando.
Pensando en estas cosas, reconozco que hoy tengo un día espeso, me acordé de Mosén Xirinacs el curita catalán que fue senador, el mismo que se paso un año y nueve meses de pie, durante doce horas diarias, al pie de la Cárcel Modelo de Barcelona, con el que compartí mesa y mantel en casa de Javier Yuste cuando este era jefe provincial de Sanidad en la provincia de Pontevedra.
En aquella comida dijo cosas que me impactaron, lo reconozco. El mosén era independentista catalán y afirmó en la ocasión que el sentido de la pertenencia a una nación reside en el hipotálamo, si lo recuerdo bien, al tiempo que nos manifestó su admiración por un pensador de origen polaco llamado Alfred Korzybski. ¡A saber cómo se pronuncia ese apellido, si Woytila se pronunciaba Vauensa! No recuerdo qué opinó Javier Yuste que para algo es psiquiatra y de vez en cuando, lo hablado en aquella comida, regresa a mi memoria. Hoy ha vuelto a hacerlo.
Korzybski adelantó y tal adelanto entusiasmaba a Xirinacs que el exceso de información, sobre todo si no está bien digerido, puede anunciar que una a modo de mundial esquizofrenia está al caer. Busco en Google y constato que el polaco fundador de la Semiótica General murió en 1950 con lo que imaginen lo que su sospecha ha podido dar de sí desde que fue expuesta hasta nuestros días y lo que ese pensamiento dividido, enfrentado entre unos y otros, ha podido estar creciendo desde entonces. Considérenlo ustedes que a mi, tales extremos, me marean.
Más si recuerdo la guerra de los autobuses transfóbicos de color y la posible respuesta de otros verdes con eslóganes opuestos y quien dice verdes, dice azules o también negros como la noche oscura. Según Korzybski nuestro conocimiento, nuestra capacidad de comprender y de explicarnos lo que nos rodea –discúlpenme si no lo recuerdo bien- está limitada por la estructura tanto de nuestro sistema nervioso como por la de las diferentes lenguas que hablamos por lo que no experimentamos el mundo directamente sino a través de nuestras abstracciones. 
Imagínense pues el vértigo al que me refiero cuando la abstracción que se basaba en el lenguaje está siendo sustituida por la que se condensa en los monigotes de los alumnos madrileños o, ya puestos, en los emoticones con los que millones y millones de seres humanos se comunican a diario.
Xirinacs –al final de su vida dejó de ser mosén- dejó constancia de que su pensamiento se condensaba en afirmaciones como la de que “ETA, como está en guerra, mata, pero no arranca uñas. Yo he estado en prisión con gente de ETA con las uñas arrancadas. ETA mata pero no tortura. En cambio Lasa y Zabala murieron torturados. ETA, cuando tira una bomba en un lugar que puede herir a gente que no son militares o que no estén relacionados con los opresores, avisa”. 
Bien, prueben a expresar eso con emoticones y verán que pueden conseguirlo. Una vez conseguido prueben a expresar con los mismos monigotes el convencimiento de que, unos y otros, de que los que matan, matan, a ver si son capaces de expresar su condena con emoticones. Pues a eso vamos, a no saber comunicar reflexiones como la que en “Castellio contra Calvino” Stephan Zweig pone en boca de aque, al recordar que dijo que “matar a un hombre, es matar a un hombre hágase en nombre de Dios o del Demonio”. Pues eso.

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