Opinión

Ni arquitectura colosalista ni ley del embudo

Mientras que yo estaba escribiéndoles a ustedes lo que algunos habrán leído –aquello de que mejor será que, al cadáver de Franco, lo dejen en donde está; aunque, eso sí, sin más huesos que los suyos en toda la basílica de Cuelgamuros- mientras yo escribía eso, los diputados votaron en su Congreso –suyo, de ellos, porque en las democracias representativas como la nuestra es su voto el que decide, no el de los votantes- decidieron, les decía, a favor de su exhumación y posterior traslado a no sé dónde. Todos menos los de PP que se abstuvieron; es decir, que repinicaron sin dejar de estar en la procesión. Unos santos.
A continuación y para dejar constancia de mi escasa simpatía por la figura del dictador, aclaré que deseaba que una vez desacralizada la basílica, trasladados todos los restos allí reunidos, en el lugar del Cristo Crucificado que hoy la preside, se colgase una reproducción enorme del retrato que Tino Grandío hizo del General.
Si bien lo recuerdo se trata de un retrato, realizado todo él en tonos grises, esos tonos tan cabrones de los que casi todos los pintores huyen, ocupado por un enorme sillón, igualmente gris, en el que una figura, pequeñita y triste, y solitaria, aparece sentada poco menos que en el borde del cojín. Al menos así es como yo lo recuerdo.
Una vez escrito lo anterior, llamé a un amigo por teléfono para que me confirmase si mi memoria es tan buena como dicen y a mí me gusta suponer. Mi amigo me dice que el cuadro no es todo tan gris como yo lo recuerdo; que el sillón, siendo grande, no lo es tanto; que la figura del dictador es efectivamente pequeña, pero vistiendo un uniforme blanco, no gris, y que la mitad del cuadro está ocupada, según él lo recuerda a su vez, en tono ocres y amarillos, para iluminar un solitario florero que, así le parece a él, está ocupado por unas flores que quiere suponer artificiales o que al menos se ofrecen mustias.
Mi amigo, de paso, aprovechó para reprocharme con suavidad y afecto que yo sea partidario de dejar los restos de El Caudillo en su lugar descanso. También de paso y a mi vez le pregunté que tendrán que ver mis sentimientos con el sentido común e incluso y en ocasiones con las opiniones que sustento. Pondré ejemplos. ¿Es dejar de pensar y de sentir como siempre lo he hecho el reconocer, de modo explícito, que en tiempos del finado los derechos laborales de los trabajadores estaban mucho más y mejor contemplados de lo que lo están en los actuales? ¿Lo es el defender que Ezra Pound, amén de fascista, fue un poeta inmenso? ¿Y que Neruda, amén de comunista, fue otro inmenso poeta?
Cuando se celebró el VIII Centenario del Pórtico de la Gloria, se solicitó de la actual duquesa de Franco, hija del dictador, la cesión temporal de dos esculturas digamos que de su propiedad, o al menos de su pertenencia. No puso objeción alguna en cederlas para la exposición pertinente. Llegado el momento de la formalización del seguro y de los preceptivos contratos se empeñó en afirmar que no eran necesarios y que tan solo requería la palabra de honor del conselleiro de Cultura de que le serían devueltas una vez finalizada la exposición.
Miguel Ángel Montero Vaz, entonces director general de Patrimonio, le transmitió mi palabra de que así se haría. Y así se hizo. Con anterioridad a la devolución, desde altas instancias del Gobierno de Madrid, fui urgido a incorporarlas al Patrimonio Nacional y la urgencia se avivó al saberse que no mediaban papeles por en medio. Tan solo la palabra de honor dada.
Me fueron aplicadas todo género de valoraciones, he de reconocerlo. Pero también he de reconocer que no me importaron nada. Si no respetamos nuestros compromisos, si no respetamos a quienes no piensen como nosotros, si eludimos el reconocimiento de los hechos, ocultándolos detrás de palabras grandilocuentes y casi siempre falsas como ramas de una higuera recién mojada por la lluvia, estamos predispuestos a repetirlos hasta caer colectivamente exhaustos, poniendo cara como si lo hiciésemos de un guindo. Quiero decir que me importan poco críticas como las que recuerdo o pueda estar motivando ahora. ¿Lo entiendes Juan Alberto?
No me gusta el llamado Valle de los Caídos, de la misma manera que no me gusta la arquitectura colosalista, propia de los sistemas totalitarios, sean estos de derechas o de izquierdas, pero casi me gusta menos la ley del embudo, por un lado, y el quítate tú para que me ponga yo, por el otro.
Dejen al general en donde está y dejen que sus nostálgicos le rindan el culto que crean que le deben que algo habrá hecho para merecerlo, no vaya a ser que los tiempos cambien y su cadáver vuelva a donde ahora está. Háganlo así excepto que sea su propia familia la que quiera y decida su traslado. Ellos sí tienen derecho a darle a sus restos el descanso que crean oportuno sin por ello alterar el curso de la historia ni caer en el peligro de volver a repetirla. El mismo derecho que miles y miles de personas tienen a rescatar de las fosas comunes o de las cunetas de las carreteras los restos de sus familiares, hayan militado estos en un bando o en el otro. 

Te puede interesar