Opinión

Los fugger aquí y ahora

Hace apenas una semana, disculpen, pero es que no escribo aquí todos los días y las fechas se suceden con ese vértigo que, a los de cierta edad, ya tanto nos afecta; hace más o menos ese tiempo, un enfático y dicharachero tertuliano de voz por veces bien timbrada y un algo campanuda, por veces excesivamente aflautada; pero siempre, siempre, alegre y diríase que risueña, ya que no carcajeante, sino más bien cacareante -ya ven que me cae simpático, el fulano- se despachó a gusto afirmando, respecto del lio este de las hipotecas y los bancos, el poder judicial y la madre que nos parió a todos nosotros, que la tal e hipoteca beneficia al banco, si, pero también al que la firma. Argumentar, argumentaba bien el individuo, pero siempre a base de sofismas que es término que, ahora que se volverá estudiar filosofía en el bachillerato, no hará falta que se explique.
¡Claro que se beneficia el que firma la hipoteca! Gracias a ella podrá adquirir un bien que le resulta necesario cuando no conveniente. A cambio se compromete a pagar unos intereses que, en tiempos de los Reyes Católicos, conducirían a los banqueros directamente a la hoguera. Entonces, en aquellos tiempos en apariencia tan lejanos, la usura era pecado. Ahora está mantenida por leyes que votan los diputados; unos diputados que decidieron los partidos que lo fuesen, gracias a los votos que emitimos nosotros, los chaíñas de esta historia, convencidos que estamos de que decidimos algo cuando son ellos los partidos quienes lo hacen. Y ni siquiera ellos, sino sus cuatro o cinco cabezas dirigentes. ¿O es que es el mismo partido, idéntico su comportamiento y su ideario, el del PP que dirigió Fraga, al que gobernó Aznar sin tutelas ni tutías, pasando por el de Rajoy hasta llegar a este de hoy así regido? Pregúntenselo a sus militantes, ya verán lo que les dicen.
Vivimos en una partitocracia en toda regla, en la que es cierto que los bancos se benefician concediendo hipotecas ¡Y de qué modo! al tiempo que los hipotecados también lo hacen...con una pequeña diferencia que juega a favor de aquellos: los bancos cobran y los hipotecados pagan. 
Cierto es -y esto no llegué a oírselo decir al docto comentarista que suele pasarse de castaño oscuro- que ambos corren riesgos. Pero veremos cómo. Aquel, es decir, el banco corre el riesgo de que no le paguen; este, el hipotecado, corre el riesgo de que, si no paga, se lo lleven todo. Y cuando escribo todo, quiero decir todo. 
Para que no se diga que toco de oído sino que aprendí bien la partitura, pondré un ejemplo de índole personal: Deuda contraída en una cantidad equivalente al diez por ciento del valor de la propiedad hipotecada que la entidad, presidida entonces por el hoy presidiario y no sé si aún tan magnífico cantante de boleros como antaño, manda embargar de acuerdo con la legislación vigente y es de suponer que la asesoría del servicio jurídico pertinente.
Ejecutada la orden de embargo, dividen en tres parcelas un trozo del terreno total, situado en una curva lindante con la vía principal de la urbanización, las venden y con su importe cubren el total de la deuda... pero se quedan, quiero creer que legal ya que no legitima y justamente, con el resto. Si el total valía mil, y los valía, recuperaron su préstamo, ganaron unos intereses y obtuvieron novecientos a mayores. ¿Creen ustedes que entonces devolvieron el sobrante? Ni mucho menos. Lo vendieron. Sumen ustedes que a lo mejor yo hago mal las cuentas. La banca nunca pierde, amigos míos. Piénsese bien antes de entrar en el juego. Desde entonces, en mi familia, no firmamos un aval ni siquiera a nuestros hijos. Yo al menos no lo hago. 
En otros países, que no son como este nuestro, no pasa lo que aquí todavía pasa y ahora más de lo que nunca lo estuvo, gracias al aún reciente marianato, a no ser que el nuevo gobierno empiece a ponerle remedio, algo que aún está por ver y que me temo que vaya a estar preñado de dificultades; en otros países, les decía, los bancos se cobran su deuda, subastando los bienes del hipotecado, pueden resarcirse o no de su préstamo, y, si sobra algo, se lo devuelven íntegro a quien no pagó su deuda a tiempo y tuvo que hacerlo a instancias del banco que, entonces, sí se arriesgó, algo que aquí todavía no sucede en medida tan tamaña.
La vida es así. En tiempos de los Reyes Católicos, un interés superior al 5% llevaba al prestamista a la hoguera, reo de usura. Después vino el nieto, aquel prognático Carlos I que organizó en tres ocasiones sus propios funerales para contemplar desde su ataúd como se desenvolvían los fastos, y que empeñó el reino con la banca Fugger de tal modo que lo dejó hecho unos zorros, y su hijo, aquel devorador de perdices y conejos que fue Felipe II, léase el libro de Geoffrey Parker, tuvo que declarar la bancarrota total del Estado en cuatro oportunidades. Seguían gobernando los Fugger, claro.
¿Quién gobierna hoy aquí? ¿A quién le cubre sus deudas el Estado?, ¿a quién se las cubrió prometiendo que en tres meses sabríamos qué bancos había sido los beneficiados y si habían devuelto ya sus préstamos…? aún seguimos esperando. Que nadie se pregunte nada si, pasado un tiempo, acaba sucediendo algo. Llevamos años haciendo lo posible e incluso lo imposible para que así sea.

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