Opinión

La política de la zapatilla

Leo, en un periódico que leo todos los días además de éste, en un periódico bien editado y serio, que una madre perdió la tutela de su hijo porque, a la pregunta de con quién prefieres vivir si con papa o con mamá, el hasta ahora tutelado respondió lo que al parecer no debía. El chaval replicó que prefería irse con papá. Grave error. En ese momento la madre lo agarró del cuello y le arreó una patada. Debió de ser en otro momento cuando el crío denunció a su madre. Y aún en otro más cuando el juez decidió llevarla a juicio.
Así, de momento en momento, la madre fue juzgada, llevada a reconocer los hechos para que le rebajaran la pena y, con todo y con eso, condenada a perder la tutela del rapaz, además de a sesenta días de trabajos en beneficio de la comunidad, quedar inhabilitada para el ejercicio de la patria potestad y tutela del menor durante un año, a lo largo del que no podrá acercarse a menos de cincuenta metros de su hijo, ni comunicarse con él por cualquier medio, amén de tener que pagarle doscientos euros a la tierna criatura.
Seguro que el señor juez aplicó la ley y dictó sentencia en riguroso acuerdo con ella y seguro que yo me excederé en mi comentario pero, si así sucede, será porque la edad va causando sus estragos y la mía ya se los va permitiendo. El caso es que, a estas alturas de mi vida, ya he visto en demasiadas ocasiones como, padres o madres, madres o padres, han sido condenados a instancias de sus hijos en razón de lo que antes se llamaba una bofetada dada a tiempo como pronto remdio de posteriores y más graves problemas y que, incluso, se recomendaba con cierta frecuencia, sin duda que con más de la recomendable.
Del uso y abuso de la famosa suela de goma de la zapatilla materna a esta nueva moral de convertir al niño o a la niña en los reyes del hogar es de sospechar que se esté abriendo un abismo que será difícil de salvar una vez que, habiendo sido abierto y dotado de profundidad, alguien pretenda tender un puente sobre él. Empiezan a sobrar titulares periodísticos de este tipo y quizá haya que empezar a resaltar en negro que, en no pocos casos como este, el padre o la madre tienen antecedentes penales por la comisión de distintos delitos, puedan ser unas personas, uno u otra, otra o uno, carentes del necesario equilibrio emocional o estar incapacitadas para el ejercicio de una paternidad para la que no están debidamente formados, algo que nunca se sabe hasta que llega el momento pues no suelen expedirse carnés que faculten para el ejercicio de una paternidad/maternidad responsables.
Está muy mal que se le pegue a un hijo, claro que sí, pero tampoco está bien que los hijos aprendan que con una simple denuncia, hecha en razón de haber recibido un coscorrón, pueda conducir a sus progenitores a la cárcel porque ese instrumento legal, una vez convertido en arma disuasoria, puede llevar a que el rey de la casa derive en tirano.
Eso es lo que puede suceder cuando ya se han incorporado al mercado laboral una o dos generaciones de hijos que están viviendo y van a vivir peor de lo que vivieron sus padres; algo que, al final, es cierto, nos convierte en unos solemnes fracasados a quienes hemos ayudado a que nuestra sociedad evolucionase hasta donde lo hizo, o al menos en eso convierte a la que siguió a la nuestra: la de quienes ahora rondan los sesenta años. Estos jóvenes, educados entre algodones, a los que casi todo les ha sido demasiado fácil pues todo se lo han encontrado hecho -desde el sistema sanitario hasta el educativo, desde los adelantos científicos hasta el habido en las comunicaciones de todo tipo amén de otros- no han sido educados debidamente en la necesidad de superación y sí cambio en la conveniencia de la lucha por los derechos ciudadanos, y son los que ahora denuncian a sus padres -no porque sean reprimidos al querer irse con unos o con otros, sino porque no se someten a sus dicterios y caprichos- los que los reemplazarán a ellos y han de proporcionarles una vejez digna a todos y a cada uno de ellos pues se trata de sus propios hijos.
Nuestra sociedad está perdiéndose en vericuetos semánticos, en lenguajes políticamente correctos y en garambainas lingüísticas de todo tipo. Coincidiendo con la noticia de esta madre coceadora y al parecer no muy equilibrada la revista del concello en donde vivo recomienda el uso de lenguajes no machistas, no sexistas… y así. No sé a ustedes, pero a mí me da la impresión de que nos estamos perdiendo en el laberinto de las formas, muy importantes, por supuesto, olvidándonos por completo del fondo de las cuestiones que afectan al ser humano; las mismas que, desde el comienzo de los tiempos, determinan su condición sin que ella haya cambiado ni sea de esperar que cambie en el futuro, haciendo que progenitores y vástagos, disfruten y/o padezcan unas relaciones que, si no han cambiado a lo largo de los siglos, no es de esperar que empiecen a hacerlo ahora. Eso es lo que hace temer que se avecinen tiempos, como los que ya hubo antes, en los que ríanse ustedes del cambio climático, lamentablemente imparable, y vélense del cambio generacional que se nos avecina.

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