Opinión

Encefalograma ideológico plano

Hace unas semanas, no puedo precisar cuántas, estando esperando el tren en la Estación de Compostela con mirada abatida y triste, algo vacuna lo que constituye una actitud que antaño profesaban las vacas de ojos melancólicos y tristes que poblaban la literatura de los escritores norteños- pude contemplar, no a mi entero gusto pero casi, la aparición de una mujer que estaba, en principio y precisamente, como la gran diosa del progreso que había poetizado Curros. Enseguida sospeché que se trataba de una fémina de la estirpe o del género de esa Casandra cuyo nombre campa por tertulias y pantallas de televisión, por los altavoces de receptores de radio y espacios periodísticos reservados a los más conspicuos columnistas.
En principio parecía de la estirpe de Casandra; sin embargo pude observar que mientras los ademanes, los movimientos y las ondulaciones de la voz de esta se ofrecen a quien los contemple como deliberadamente femeninos, los de esta otra y esbelta mujer eran inconscientemente masculinos; lástima no haberla oído hablar. Sacó un pitillo de algún sitio, lo encendió y aspiró unas cuantas bocanadas de humo de modo ansioso y lleno de presura. Entonces me dio por pensar que quizá se tratase de una apuesta, de una despedida de soltero, acaso de una extravagancia o de una originalidad fácil propia de una performance de aquellas tan de moda hace todavía pocos años. Pero no vi cámara alguna alrededor. En cualquier caso, allá cada uno con sus preferencias y actitudes siempre y cuando estas no dañen a terceros. Yo me apunto al movimiento quer… si es lo que yo entiendo que es, claro.
Reconozco que, es estas como en otras cuestiones, estoy quedando algo anticuado, al menos a juicio de gentes que vienen pisando fuerte detrás de nuestros talones o justo encima de nuestros juanetes. Todavía no pasé de los cinco géneros que nos enseñó la gramática tradicional y con ellos me basto para las cada día más difíciles cuestiones del lenguaje; a saber: masculino, femenino, neutro, epiceno y ambiguo que parten de la consideración de que sean los artículos y los adjetivos, no los sustantivos, quienes los determinen. Se trata, en mi caso, de una cuestión de economía procesal y de no andar rompiéndome la cabeza. Por eso sospecho que mi actitud sea consecuencia de haber sido niño en tiempos de los rompecabezas, mucho antes de la llegada de los puzles, cuando la reproducción de un cuadro debía ser valorada poliédricamente y por eliminación de otras igualmente posibles; mientras que, en el caso de los puzles, esa reproducción es plana y depende únicamente de las formas y colores de cada una de las piezas. Alfonso Guerra, por ejemplo, era muy amigo de los puzles; llegaba a su casa, fatigado de tanto trabajar por la sociedad y sus afanes, y se distendía colocando un par de piezas en un puzle que constaba de cinco, seis, siete, ocho o diez mil de ellas. Así dejó de plano el encefalograma ideológico del partido por el que sacrificó vocación y amigos; ya se sabe que aquella era la de maestro de escuela y que estos solo podían habitar dentro del partido. Pero esto no tiene nada que ver con el tema inicial que era el de Casandra y su émula; es decir, el de la moral reinante y la estupidez que nos invade sin que, hasta este justo instante, la hayamos mencionado siquiera fuese en lo más mínimo. Ya me dirán de qué otra cosa se trata, más que de estupidez generalizada, esta concurrencia de criterios confluentes en condenas por chistes y por dimes y diretes que antaño nos hacían sonreír.
Quizá se deba, esta peste de estupidez puritana y triste, a que la izquierda haya perdido la autoridad moral que los primeros años triunfales del régimen franquista le habían otorgado. Se la ha dejado arrebatar y acaso sea el encefalograma plano el que así lo haya propiciado. La deriva de las viejas glorias socialistas pudiera hacerlo sospechar. Y no solo por eso. La defensa de lo social también ha dejado de ser de su única incumbencia y no porque la derecha la haya asumido en su integridad sino porque la izquierda ha abandonado sus posiciones de tal manera que el citado régimen franquista se puede ofrecer ahora como el paradigma de la defensa y potenciación de los derechos labor

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