Opinión

España como problema

No es tiempo de diatribas. Los escritos acres y violentos contra alguien o algo habrá que dejarlos para los debates posteriores a la superación de las varias crisis a las que nos enfrentamos: sanitaria, social, económica y política. Sí conviene reflexionar si en España las dificultades son sistémicas, como algunos dicen; de país, como otros apuntan; o de actitudes, como señalan terceros. Lo seguro es que no son circunstanciales, ni se deben a único virus.

Como dice Pedro Laín Entralgo, en “España como problema” -1948-, las pesquisas hay que comenzarlas “por lo más elemental. Preguntémonos humildemente: que es un “problema”?¿Qué es vivir problemáticamente?”. Al ilustre médico, historiador, ensayista y filósofo no le satisfacía la definición que de “problema” daba la Academia, por incompleta, pues a su docto entender “cuando se define como “una cuestión que se trata de aclarar”, se obvian los asuntos muy claros.

En estos tiempos de análisis y necesaria reflexión el libro de don Pedro bien merece una relectura. Como es bueno detenerse de nuevo ante lo expuesto por Baltasar Gracián, Unamuno, Ortega y Gasset, Emilio Lledó, Savater y tantos buenos otros. Bien analizados, son excelentes puertos para iniciar una necesaria nueva travesía,

Don Pedro habla y dice que si existen notas “propias” de los españoles, “es su violentísima y discordante tensión polar entre una vida espiritual intensa y operativa (místicos, ascetas, mártires, fundadores, redentores quijotescos) y la más impetuosa y fulgurante (pasión de matar y morir, frenesí agonal y destructivo, pasión sexual, gusto arrebatado por la realidad concreta)”. En cierta manera, vino a complementar, lo que ya el 13 de mayo del año 1904, había manifestado Pío Baroja en la tertulia del Nuevo Café de Levante, cuando aseveró que “en España hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales. A saber: 1) Los que no saben; 2) los que no quieren saber; 3) los que odian el saber; 4) los que sufren por no saber; 5) los que aparentan que saben; 6) los que triunfan sin saber, y 7) los que viven gracias a que los demás no saben. Estos últimos se llaman a sí mismos “políticos”  y a veces hasta “intelectuales”. A todos sus contertulios, entre los que se encontraban Valle-Inclán, Gutiérrez Solana, Santiago Rusiñol, Mateo Inurria, Chicharro, Beltrán Masses o Rafael Penagos, les dolía la patria herida, en lo esencial, del desafecto de las colonias y, en general, de otros reiterados males, en especial derivados de la desgobernanza.

En el ahora, en esta España moderna, preparada y confinada, nos encontramos con un desafío colosal, diferente, imprevisible, también, como entonces, triste y profundo. Los ciudadanos han adoptado sus roles para curar los males bárbaros. Entre ellos están los profesionales sanitarios, geriátricos y de la alimentación, los transportistas, el ejército, las fuerzas de seguridad, los servicios de emergencias, los religiosos, Caritas y muchas otras organizaciones sociales, los periodistas libres; los buenos gestores políticos -que los hay-  y, por supuesto, los ciudadanos responsables, los “aplaudidores”. Todos sometidos a un cautiverio posiblemente necesario pero humanamente desmerecido-. Representan a la España más genuina, esa que un día ejercerá su inteligencia y desde los balcones y ventanas sacará pañuelos y exigirá “cabezas” porque , al decir de algún vecino, “está hasta los cuernos de aguantar lo que le entra por los ojos y las orejas”.

 

 

Con virus o sanos; con mascarillas y con guantes, o sin ellos; de izquierdas o de derechas; isleños o peninsulares; como españoles hemos de romper con la “abulia” que diagnosticó Ganivet, con el “marasmo” que angustiaba a Unamuno, con la depresión enorme que Azorín advirtió, con la visión de una nación “vieja y tahur, zaragatera y triste” que asqueaba a Antonio Machado, con el inconsciente “suicidio lento” que con enorme tristeza delata Menéndez Pelayo. Laín Entralgo -!un turolense que existió!- recordaba sus particulares visiones.

Es cierto, toca resolver el problema, olvidar por un momento a los vacíos de corazón y cultura, a los arribistas, a los chabacanos y ramplones. Pero, sin rencor, debemos sacar las contrariedades inveterados del cajón de las rutinas. Hay que comenzar a reclamar el protagonismo de los mejores españoles en cada ámbito, la experiencia de los mayores y la formación de las nuevas generaciones, piensen como piensen, y valorar a los que no quieren  adoctrinarnos en acabar con lo conseguido desde 1978. Hay que hacerlo antes de que nos ordenen los pajaritos que, según dicen, ya les comienzan a hablar a algunos ensimismados con escaño.

Excusen la diatriba, soy español, contradictorio, inseguro y trágico. Relean España como problema, y dejen que les eleve hasta Zubiri, aunque discrepen. Ya está bien de mirar para otro lado, como la Real Academia de la Lengua hace en el caso de “problema”, pues en su primera acepción sigue obviando cuestiones ya aclaradas.

Pedro Laín Entralgo termina su obra con este deseo: “Que nuestra obra, grande o chica, sea limpia, rigurosa, acendrada. Bajo las estrellas de esta noche del mundo, podremos seguir convirtiendo a lo humano los versos de San Juan de la Cruz:

 

                                    El corriente que nace de esta fuente

                                   bien sé que es tan capaz y tan potente,

                                   aunque es de noche.”

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