Opinión

Don José Solla y el Restaurante Casa Solla

IN MEMORIAM

Hay mesa de piedra bajo la parra de entrada, o la hubo, en la casa de enfrente del colmado, allí justo al lado o adro das festas. Y un comedor, siempre luminoso, sobre la propia huerta y, al fondo la intuición de la Ría de Pontevedra, todo a la sombra de los Monasterios de Poio y Armenteira. Ahí nacería un mundo asombroso, un pequeño microcosmos de mesas infinitas por el que dejarse llevar: Casa Solla.

El colmado y merendero del que surgió le negocio estaba regentado por José González, tratante de vinos, y María Teresa Solla, su esposa. Se situaba enfrente de donde se ubica Casa Solla. Tenían un ultramarinos mixto con taberna y  compraban vinos de la zona, blanco catalán que vendían a granel y que dejaban chatear. El patrón, que no bebía, tenía buen ojo para los negocios y visitaba las bodegas próximas. Siempre acertaba con la calidad. Su esposa hacía unas tortillas magníficas. Y sumando lo bueno a lo mejor, mucha gente comenzó a frecuentar los sábados el establecimiento para merendar.

Poco a poco, y ante la demanda, sumaron al menú productos de la matanza del cerdo, que si bien vendían al peso, pasaron a complementar la famosa tortilla. Aparecieron los chorizos, el raxo adobado, la zorza. Más tarde, los pollos tomateros. Ya al poco tiempo, para servir a su amparo meriendas-cena, hubieron de adquirir una casa pequeña de planta baja que tenía una parra. La misma que, ampliada, acoge hoy el restaurante.

El señor José y María Teresa eran los padres de José González y, por lo mismo, suegros de la que resultó su esposa, Amelia González, de Alongos, en Ourense, residente en Pontevedra. El nuevo matrimonio solicitó como herencia adelantada la nueva casa merendero  que adecentaron como restaurante. La fecha clave de la fundación fue noviembre de 1961.

La cocina alcanzó allí el cielo. A comienzos de los sesenta, acudía hasta Poio la ciudadanía de Pontevedra en pleno para degustar una jugosa mezcla de huevo y patata, una. tortilla poco hecha, única en la zona, bien conocida en Betanzos, acompañada de los productos antes aludidos. Después llegarían el lenguado meunière con vieira, la pata, y el souflé de postre. A esta aparentemente sencilla receta triunfal, audaz, se uniría el marisco. Todo ello llevó al establecimiento a ser el primero de los restaurantes españoles en ser citado en la conocida como Biblia Mundial de la Hostelería, la Guía Michelín. La Estrella Michelín la conseguirían en el año 80.

Nunca hubo bar, ni tapas. Solo restaurante. Así logró ser clasificado entre los cinco mejores restaurantes familiares de España. Pepe mandaba en todo ayudado por su esposa. Reinaba en la sala y construía una familia de profesionales con las mejores referencias.

Lo que se habrá hablado y decidido en Solla, en su reservado para 14 personas con loza de Sargadelos. Lo que se habrá compuesto en sus largas sobremesas, en la más absoluta confidencialidad de tertulias infinitas. Allí se han forjado grandes negocios, asuntos de Estado, barbaridades cósmicas, amoríos, colecciones de arte, bodegas de vinos, confabulaciones, traiciones, extravagancias y casorios. Y un inconmensurable amor a Galicia, una singular devoción por la tierra y sus gentes, por su mesa y su cultura, por su sueños.

Cunqueiro conocía historias de los gorros de cocinero con testa debajo, como la de Carême, indescubrible ante el mismísimo Zar Alejandro de Rusia; o la de José Solla, ahistórica, imaginativa, gastronómica, cordial, decidora, amiga. La de un hombre que ha recorrido plazas y mercados, ha conocido las cocinas y los salones de todo el mundo, ha fundado, ha colaborado en el lanzamiento de los productos de Galicia, impulsado premios gastronómicos, colaborado con causas benéficas, elogiando, prestigiando y admirando el trabajo de sus compañeros.

Como queda dicho, hubo en Pepe Solla algo fundamental: la compañía de su esposa Amelia González. El suyo ha sido un esfuerzo cómplice y ejemplar, una cultura de decidida e inteligente dedicación. Una historia ininterrumpida de superación que les permitió contemplar satisfechos, desde la experiencia, una biografía de plenitud personal y profesional, homenajeada permanentemente por el excelso trabajo de sus descendientes y reconocida por todos.

Los hijos de José G. Solla y Amelia se quedaban dormidos en las escaleras del restaurante, contemplando cómo cocinaban sus padres. Ahora sabemos que, entre aromas de sabor a gloria, ya de niños soñaban con alcanzar las estrellas. Hoy, la que más relumbra es Pepe Solla que ya brilla en el universo eterno con luz propia, al lado de Rosalía de Castro. Nos queda recordar su ilustre memoria con su esposa Amelia; con sus hijos Pepe y Suso, príncipes de la cocina y el comedor, que continúan su labor en el restaurante y en los pazos; y con su hija Teté. Y con las parejas de sus hijos, con sus nietos, con los Amigos da Cociña Galega, con el Grupo Nove, con sus clientes y con sus amigos.

Descanse en paz.

Alberto Barciela Castro. Periodista

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