Opinión

Vivos, muertos, marinos y políticos

Hace muchos años que leí, ya no recuerdo en dónde, una frase de Unamuno -de quien nunca fui lector fervoroso, conste; ni de sus nívolas, ni de casi nada suyo- que "existen tres clases de entes: los vivos, los muertos y los marinos" y la hice mía. La convertí poco menos que en un lema y la llevo arrastrando en mi almario desde entonces. Hasta es posible que la leyese en un libro de Ortega y Gasset, en "La rebelión de las masas", que en segundo de comunes era de lectura obligatoria gracias a don Marcelino Giménez, catedrático en el instituto de Pontevedra y profesor de la misma asignatura en la Facultad de Filosofía y Letras compostelana de la que yo era alumno libre… como se decía entonces.
Fuese porque la leí a bordo o fuese porque sabía lo que era el mar, la frase me impactó tanto que, como ya acabo de advertir, la hice mía. En aquellos tiempos, no sé en estos en los que la permanencia en el mar es muchos menos duradera, a los que viven y pisan por donde lo hace el buey se les llamaba terrícolas, con cierto distanciamiento y desprecio. Ya casi nadie se acuerda, pero entonces una marea en la pesca implicaba que te podías pasar once meses seguidos sin tocar tierra, allá por las lejanas costas de Sudáfrica. Ya sé que yo nunca navegué en pesqueros, pero sí tuve amigos y compañeros en ellos y sé, por lo tanto, de qué estoy hablando. 
Cuento todo esto no sólo porque de todo hay que hablar, sino porque ayer, viendo una película francesa, la afirmación unamuniana le fue atribuida a Aristóteles, supongo que con razón; en todo caso, confieso que, con toda mi desafección hacia la obra escritor vasco, leí más a este que al filósofo griego quien la formuló en términos más accesibles: "Hay tres clases de hombres: los que están vivos, los que están muertos, los que están en el mar"; o sea que de forma mucho menos pedante que Unamuno. 
Aristóteles no dispuso de la simpatía con la que tanto se adornó Sócrates, ni fue un escritor como fue Platón y, además, yo ya no fui alumno del profesor Albendea en el Instituto del Posío sino de Luis Tilve, en el colegio de la Inmaculada, en Pontevedra, por lo que no sé si lo que yo intentaré recordar, acto seguido, será exactamente así o más bien todo lo contrario. Tan confuso estoy que igual acabo pareciendo algo aristotélico. Quien había de influir tanto en Tomás de Aquino y, a través de este, en todos nosotros, los del Plan de Educación de 1953, subdividió las cosas de este mundo en objetos "no vivientes, vegetales y animales" de modo que, una vez puesto a observar a esta tercera especie, la humana, determinó que este animal bípedo, implume y parlante con el que todos nosotros somos identificables, se movía siempre entre lo material, lo moral y lo teorético dependiendo de que el objeto de su pensamiento fuese enfocado hacia el mundo de la física, de la ética o de la metafísica. Si lo recuerdo bien, cosa que dudo, fue ahí, en ese preciso momento, o antes o después, que cada uno piense lo que quiera, cuando surgió la lógica entendida al aristotélico modo y a partir de la cual debieron de surgir los silogismos gracias los cuales tanto me aburrí yo en las clases de filosofía de quien, pese a todo, acabó siendo, además de mi profesor, mi amigo.
El doctor Samuel González, director y propietario que fue del Balneario de Baños de Molgas, compañero de estudios de mi abuelo, más tarde entrañable y fraternal amigo suyo, quizá sea el responsable de que yo no sea tan aristotélico como debiera. Cuando a la hora de la siesta que en verano disfrutaba a veces en la orilla del Arnoia a su paso por Allariz, o sea, en la finca de Vilanova que en tiempos fue de mi abuelo, exigía para ello un silencio extremo pues "estaban durmiendo los repollos". Gracias a eso yo nunca supe si una planta carnívora era solo una planta, un vegetal o un animal y, puestos a determinar tal condición a partir de la consideración de la inteligencia humana, no sabría qué opinar a la vista de la que ostentan determinados cuadrúpedos intelectuales que vienen invadiendo nuestro mundo político desde hace ya demasiados años, en excesivo número como para que la situación siga haciéndose sostenible.
Y es en estas, y no en otras, en las que actualmente ando temiéndome mucho que acabe por peguntarme si no seré yo, con mis limitaciones, el problema y esta larga disquisición venga solamente a cuento de la necesidad de sacarme un peso de encima. Mi abuela Regina, que sí fue muy tomista, solía determinar muy a menudo cuando algo la complacía que no podía ser verdad tanta belleza. Al contrario que esa especie de otro abuelo que Samuel fue para nosotros, los nietos de Luis Conde, me alejó del tomismo por otras y diversas razones pero no tantas como para que yo ahora pueda considerar que no puede ser verdad tanta incuria, ignominia tanta como la clase política nos está deparando. Así que, como ven, tanto rodeo para llegar aquí en donde, en vísperas de San Juan, demostrar esperanza en lo que anunciaron las encuestas: en caso de nuevas elecciones subiría el PSOE, subiría algo menos el PP, se vendría Vox abajo y Cs y Podemos seguirían idéntico camino mientras yo echaría en falta un Aristóteles que tuvieran a bien clasificarlos a todos ellos. A Unanumo se le olvidó considerar como un cuarto ente a los más de los políticos de esta última generación a la sazón reinante. La verdad es que no son los primeros. ¿Será la que padecemos una maldición gitana?

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