Opinión

Los viejos y nuevos sindicatos

Lejos están aquellos primeros días de septiembre en los que los líderes socialistas se desplazaban a Rodiezmo para celebrar allí una fiesta de exaltación minera en la que se reunía la flor y nata del partido y del sindicato. Aquella concentración se clausuraba con los sindicalistas y los políticos con un pañuelo rojo al cuello saludando puño en alto a los campistas y cantaban todos juntos la Internacional con ellos vistiendo ropa y complementos casuales pero exclusivos y por tanto muy caros, y ellas con lo más a la moda de un escandaloso vestuario. Un día, al líder de aquel sindicato SOMA-UGT le pillaron y le sacaron los colores como defraudador irredento, y la cita de Rodiezmo -que había degenerado en un pase de modelos de características insultantes- se interrumpió discretamente y no volvió a celebrarse.
La reciente historia sindical está plagada de episodios como este de Rodiezmo que no había por donde cogerlo. Está ocurriendo todavía, y las apariciones de los líderes de las centrales mayoritarias en los festejos del 1 de Mayo constituyen la mejor demostración de que parece imprescindible replantearse el papel de los sindicatos en la sociedad actual, una cuestión que sus respectivos responsables no se ha planteado, especialmente el líder de UGT que jamás se ha planteado nada porque no tiene lo que se dice  expresión alguna de echarle enjundia a su gestión y varear un poco el árbol de su organización a ver si da aceitunas. Hace tiempo que no veía a un secretario general de UGT más indolente, más corto y más gregario.
Sospecho sin embargo que la influencia de las dos grandes centrales sindicales en la vida cotidiana del país es cada vez más oscura y con menos prestancia, especialmente porque todo ha cambiado –los actores, los sistemas, el trabajo, la orientación mental, el camino, las personas, las ideas…- y los sindicalistas no se han enterado. Ellos han seguido a piñón fijo, soltando un discurso hecho el día 1 de mayo, y dedicando el resto del año a preparar el siguiente evento. No hay ni pulso, ni nervio, ni coherencia en sus acciones. No hay verdadera reivindicación en sus peticiones. Pero sobre todo, no hay capacidad para reinventar los sindicatos, enfocar su tarea a estas alturas del siglo XXI, y huir de estereotipos ya pasados y necesarios un urgente cambio. Sordo es algo más convincente, pero Álvarez es una cataplasma. Ya solo en el mirar es como si se apagara.

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