Opinión

Verano en Playa América

Pues, sí, dilecta leyente, ya casi estamos en el ecuador de este mes de veraneo por excelencia, en que se echa el cierre administrativo y hasta los galápagos ocluyen sus conchas. Un mes que los romanos dedicaban al emperador Octavio Augusto en recuerdo de su victoria sobre Antonio, en Accio. Nosotros, lo que celebramos es el triunfo de la libertad sobre la tiranía del trabajo y de poder hacer lo que nos venga en gana.
Aprovechando estos días de auténtica canícula, he decidido acercarme a esta playa cosmopolita de blanca y suave arena, adonde, como diría Jorge Manrique “van a parar sus señoríos”, y, sobre todo, añado yo, mucha gente de Madrid y Ourense. Y Playa América vuelve a ser  tan abierta y hospitalaria como todos los veranos.
Esta playa, de bandera azul, tiene su corazón “partío”. A primera hora recibe a los deportistas que practican running. A partir de las 12 comienza el paseo de gente sin complejos que exhiben, sin pudor, sus orondas panzas, entre corteses saludos Porque, aquí, a pesar de su gran extensión, a la semana se conoce todo el mundo. Cada cual tiene su lugar de preferencia, en donde se aposenta por todo el verano. Y, desde luego, haya niebla o lluvia, “fai un sol de carallo”.
Me dirijo a este mar bravío que como cíclope noble y torpe, consciente de su incontrolada fuerza, no quiere sobrepasarse con los simples mortales, pues como titán indulgente devuelve en sus fornidos brazos a los nadadores que cándidamente osan desafiarlo. Con su voz ronca y susurrante, cual padrino Corleone, despierta una atracción, a veces, fatal. Es sin duda una amistad peligrosa.
En esto, llegaron unos frikis, cargados de artilugios playeros, como si se tratase de un malogrado safari tropical con sherpas en huelga, pisaron con aplomo la cálida arena, buscaron el lugar más idóneo para aposentarse, extendieron su mareante perfume del mismo modo que los leopardos marcan su territorio, colocaron sillas, mesa y tumbonas y tomaron posesión de la usurpada parcela..
Instantes después llegó otra pareja de remilgados amigos, intercambiándose asépticos saludos que denotaba lo encantados que todos estaban de haberse conocido, y la dicha parecía reinar en el “estado libre asociado” que se habían construido
Al poco tiempo, ellos, con el pretexto de emular al mítico Santana, se alejaron de sus perfectas esposas, quizá para descansar de tanta agobiante felicidad y, sorprendentemente, ellas se pusieron a criticarlos con una actitud inversamente proporcional al ritmo que aquellos imprimían al juego.
Incapaz de abstraerme de tal enojosa situación, me presenté para ofrecerles mis profesionales servicios. “¿Ha perdido usted el juicio?” me espetaron  ambas al unísono. “Esa es la peor ofensa que se le puede hacer a un abogado”, repliqué. “Ya no se puede estar tranquilo en la playa”, protestaron. Y no pude más que darles la razón.

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