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"Vamos a acabar venciendo al virus, pero nos ha zarandeado"

Ana López Lago, intensivista en el Complejo Hospitalario Universitario de Santiago.
photo_camera Ana López Lago, intensivista en el Complejo Hospitalario Universitario de Santiago.
La intensivista Ana López admite el agobio que causó al colectivo la posibilidad de "no dar la talla"

n n n "Teníamos la preocupación de no dar la talla. Eso crea inquietud, agobio y mucha inseguridad. Acabaremos venciendo al virus, pero nos ha zarandeado". Ana López Lago es intensivista desde hace dos décadas. Ha celebrado las altas y notificado fallecimientos. Todo ello en un contexto, el de la soledad, que tilda de terrible. "Para mí fue difícil, muy difícil". Ahora, que ha bajado mucho la presión, aunque piensa que el problema no está atajado, esta especialista de la UCI que ejerce en el Complejo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS) recuerda la preocupación con la que encararon lo desconocido y recurre muchísimas veces al plural porque sabe que es mutua.
Un pequeñísimo agente infeccioso que ha causado "estragos a nivel mundial" era el objetivo a combatir. Antes de que llegase a España, como muchos otros sanitarios, ya esta médico oriunda de Viveiro (Lugo) y residente en Compostela, se afanaba en consultar al detalle la información "de todo tipo" que estuviese disponible, cualquier artículo. "Antes de que llegase a España, había preocupación por no dar la talla", cuenta, y añade: "Después, también, porque veíamos cómo lo pasaban nuestros compañeros en Madrid y en Barcelona y uno decía para sí mismo: Dios mío, Dios mío, no llegamos... Finalmente aquí fue más benigno, más benévolo, hubo menos casos".

casada y con cuatro hijos
Ana está casada con un cardiólogo. Tienen cuatro hijos: la primogénita, de 19, estudia Medicina; la siguiente acaba de estrenarse en la mayoría de edad y después están los gemelos, de 11, los que a diario preguntaban si había "muchos enfermos" y si se "morían muchos". Esta facultativa, con humildad, resta importancia a su situación en lo personal. "Hemos estado como muchos otros, a pie del cañón y, claro, teníamos la preocupación de qué íbamos a hacer si la persona que nos ayuda con los niños no pudiese venir", se limita a compartir.
Todo eso conjugado en el trabajo con "mucha inquietud, mucha inseguridad, mucho agobio". No sabían, detalla, si iba a haber un número suficiente de camas. Ni siquiera si ellos mismos resultarían "suficientes" para atender a los pacientes y, en suma, si iban a ser capaces de responder "al reto". "De ahí la angustia", asume alguien que acabó la residencia en el 2000 y acumula todo ese bagaje. Pero nada de eso valía para temperar los ánimos.
Por ello cree que la pandemia ha sido una "cura de humildad" porque a veces a los de su gremio, como a los de otros, les parece que con sus conocimientos y su buen hacer van a poder arreglarlo todo, cuando "solucionamos lo que realmente es solucionable; porque hay patologías que no lo son". "Y en este caso nos ha zarandeado este virus. Hemos ido aprendiendo con él".
Han probado, por ejemplo, medicaciones que no han sido lo que esperaban. Y han tenido que ir variando sobre la marcha los tratamientos. En la actualidad, se están preparando para lo que pueda venir, subraya al hablar de un eventual rebrote. "Hasta ahora, hemos doblado guardias y todos hemos trabajado mucho más de lo habitual para no quedarnos cortos. Ojalá no venga ese rebrote, pero hay que estar preparados. Yo creo, sinceramente, que todavía no hemos vencido".
La imposibilidad de un contacto cercano con los enfermos y sus parientes ha sido "horrible". Todas las informaciones se han ido dando por teléfono. "A los familiares no los veíamos, no nos podíamos acercar a ellos, no los podíamos tocar". Y con los infectados que debían explorar antes de conducirlos a cuidados críticos, a veces hablaban, si estaban en condiciones de ello; y en otras ocasiones, demasiadas, ni eso. "Y ver esas caras de miedo... Las vemos muchas veces, las caras de miedo, pero con un familiar al lado. Solos es horrible. Para mí fue difícil, muy difícil. Y dar la noticia de un fallecimiento por teléfono, mejor ya ni lo cuento..."
Se pone asimismo en el papel de Enfermería, que "están mucho más al lado, más tiempo, que se han volcado" e intenta contener, sin éxito, un suspiro.

la alegría de las altas
Las altas han supuesto una "alegría inmensa", con matices, por la imposibilidad de "compartirlo" de manera presencial con todos aquellos que deberían estar. "Pero dar un alta es fantástico. De las primeras me acuerdo perfectamente. Esto era algo a lo que uno se enfrenta como médico, por primera vez, y dices: 'Bueno, han salido, genial'. Tenemos las dos caras de la moneda".
Tampoco borra de su mente el caso de una mujer, con la que contaban "viva", ya que pensaban que iba a salir. Fue de las primeras en ingresar. Había ido a una excursión. Ana tuvo que intubar y escuchó de su boca, con cara de miedo, de soledad y de angustia: "Ay doctora, doctora, me voy a morir". La interpelada replicó: "Qué va hombre, qué te vas a morir, no digas tonterías y no te preocupes".
A la humanización están acostumbrados, mientras que a la falta de ella no, "por eso procuramos darles todo el apoyo que podemos". Las condiciones de aquella señora eran buenas. Consiguieron extubar. Falleció "después de mucho tiempo". "Para mí ha sido especialmente doloroso. Estaba muy asustada. Me tocó bastante... Finalmente se murió. Pues sí: es así". n

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