Opinión

Una cierta normalidad

Con diferencia de pocas horas, el viernes 27 de octubre alumbró la declaración de la república independiente de Cataluña y la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Entonces pareció un viernes negro que no iba a traer más que desgracias. Sin embargo, el cansancio y los climas preelectorales han devuelto a Cataluña una cierta normalidad.
Ni la "simbólica" independencia ni el desembarco de Moncloa en la Generalitat empeoraron el clima más de lo que estaba. Todo lo contrario. La carrera hacia la Cataluña rica y plena terminó aquel viernes con la votación del Parlament. No hubo plan B. Ni en la calle ni en las instituciones, más allá de una manifestación con señales lumínicos del móvil y la esperpéntica conversión del molt honorable Puigdemont en un turista de conveniencia en Bruselas. No hubo insumisión de mossos, desobediencia de funcionarios ni parálisis administrativa en las instituciones catalanas. Y tampoco funcionó el Parlamento" paralelo", la famosa "asamblea de cargos electos" impulsada por la AMI.
Ya solo se habla de elecciones y de listas para la jornada del 21 de diciembre. Y en el aire incluso queda la sensación de que se han roto los dos frentes: el independentista y el constitucional que alumbró el pacto del 155. Fue un frentismo de vida corta. Ante la llamada de las urnas, cada mochuelo a su olivo. A uno y otro lado de la barricada, cada fuerza política ira a las elecciones con sus propias siglas. Volvemos a la competencia y el afán diferenciador de siempre. Otro síntoma de vuelta a la normalidad.
Lo cierto es que desde aquel viernes negro hemos vivido jornadas bastante tranquilas si nos atenemos a las negras profecías que se derivarían de aplicar el 155, según los nacionalistas. Es decir, la "intolerable y premeditada agresión del Estado a la voluntad de los catalanes" que aquellos no iban a permitir.
Al final, ya se ha ido viendo que la declaración de independencia se hacía cada vez más liquida, mientras que el desembarco de Moncloa en la Generalitat, con inmediato llamamiento a las urnas, se hacía cada vez más sólido. Solo la señal de TV3 mantuvo la llama de la república declamada. Pero en el ya fracturado bloque independentista se instaló la desorientación, el desconcierto, la falta de respuestas y el pie cambiado. Muestra viva de la endeblez del "procès", cimentado ingenuamente sobre el supuesto de que el desafío al Estado acabaría sentando al Gobierno Rajoy en una mesa negociadora.
Vivían en una burbuja emocional. Nunca racionalizaron el tema o, como diría un marxista, las "condiciones objetivas". Lo llegó a insinuar el fundador oficial del "procès", Artur Mas, cuando advirtió de que la situación no estaba madura. Cierto. Hacia falta mucha ingenuidad para creer que el Estado iba a colaborar en su propia voladura. O que iba a quedarse de brazos cruzados ante una propuesta ilegal y "venenosa" (Juncker dixit).

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